Hace unos días, Vicente Baos hablaba sobre la importancia de las emociones a la hora de prescribir, apoyándose en un articulo de Figueras llamado The use of drugs is not as rational as we believe…but it can’t be! The emotional roots of prescribing.
Y justamente me acuerdo de esto después de haber pasado una noche horrible por un dolor en el hombro al que no encontraba descanso en ninguna postura, mientras iban pasando las horas entre giros en la cama, paseos por la casa, etc. Una dichosa tendinitis que me hizo lanzarme sobre el Ibuprofeno que, racionalmente, había comprado de 400 mg (ya que es la dosis que se ha mostrado eficaz en todos los estudios). Pero claro, al pasar los minutos y seguir el dolor agobiando, la primera pastilla dio paso a la segunda, y al cabo de un rato sobre estos 800 mg de Ibuprofeno terminé añadiendo Nolotil y Gabapentina... Total, todo valía con tal de acabar con ese dolor torturante y, al mismo tiempo, la noche confunde... Es todo lo que puedo decir en mi defensa, asumiendo mi irracionalidad.
Esto me ha recordado un episodio previo, hace unos 3 años, cuando dos compañeros médicos residentes, tras haber contraido sendas neumonías, decidieron saltarse la primera indicación terapéutica, que habría sido la Amoxicilina-Clavulánico, e incluso forzaron el Levofloxacino al máximo, con dosis cada 12 h. Lo que no habrían hecho con ningún paciente lo hicieron con ellos mismos. ¿Por qué? "Es que estábamos tan jodidos..."
Lo que me lleva a pensar que en el tema de la medicación, la prescripción es una cosa, y podemos intentar hacerla lo más racional posible, pero donde de verdad se juega la historia es en el otro campo, el de la persona que toma la medicación, y en la que hay mil factores que terminan siendo claves. La lógica o la razón puede ser uno de ellos, pero normalmente hay otros más determinantes: el miedo (a la enfermedad o a los efectos secundarios), la angustia (provocada por el sufrimiento, por la incapacidad, por los efectos sobre los familiares), la confianza (en el prescriptor del medicamente, médico o no, en la propia capacidad para afrontar la enfermedad), el sentido que se da a la propia existencia...
Mientras no aceptemos y contemplemos estas realidades, seguiremos focalizando en cómo conseguir una prescripción "racional", "basada en al evidencia" o como la queramos llamar, lo que sirve para quedarnos tranquilos y con la sensación de haber hecho lo que teníamos que hacer. Pero si estamos dispuestos a abandonar nuestro "área de seguridad racional" y nos lanzamos a profundizar en la relación con la persona que tenemos enfrente, podremos encontrar respuestas más adecuadas para cada caso concreto, en base a cómo cada uno se enfrenta a la enfermedad. Porque no se prescribe en el vacío, de manera genérica, sino a una persona concreta, con sus circunstancias, sus inseguridades, sus capacidades... Y todo esto juega un papel determinante en lo que pasará una vez le entreguemos la receta. ¿Cómo es posible si no que haya unas cifras de cumplimiento terapéutico tan bajas, alrededor del 50%?
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