Resulta muy estimulante la lectura del libro de Emmánuel Lizcano Metáforas que nos piensan, en el que aborda, entre otros temas, el del mito de la ciencia como conocimiento objetivo y universal, independiente del sujeto y del lugar en el que se realiza. Viene a denunciar esta impostura por parte de esta manera de ver y construir la realidad que pretende su universalidad sin reconocer cómo su enfoque está determinado por haber nacido en un lugar concreto (Europa), en un momento concreto (el del desarrollo de las relaciones comerciales capitalistas) e incluso en una clase social concreta (la burguesía).
Y esto lo hace a partir de una "ciencia dura" como son las matemáticas, contrastándola con otros modelos matemáticos de otros lugares, que por ejemplo no están basadas en la unidad indivisible (que tiene su correlato a nivel social en el individuo aislado e igual a los otros), sino que trabajan a partir de fuerzas o energías contrapuestas, como la matemática china, o a través de unidades comunales, como la matemática yoruba. Queramos o no, cada uno de estos enfoques es determinado y determina al mismo tiempo el uso y la conceptualización que surge a partir del mismo.
Frente a este modelo de ciencia abstracta, Lizcano contrapone los saberes populares, situados, que surgen a partir de la experiencia común, anclados en lugares concretos, no universalizables por si mismos, pero por esto mismo mismo abiertos al diálogo con otros saberes. Lo que plantea el autor no es que éstos segundos sean más importantes que el saber científico, sino que este último no puede rechazar y aniquilar a los primeros, para así poder complementarse.
En el campo de la salud, los ejemplos a este nivel abundan. El modelo de salud que se impone desde la ciencia, el desequilibrio de poder en el saber entre los profesionales que saben y los pacientes que deben aprender y obedecer, la "vida saludable" que se ofrece de manera abstracta e indiscriminada, además de individualista, no cómo algo que surge de la propia elección a partir de sus experiencias y reflexiones sino como un corsé que se impone desde el exterior...
La medicina basada en la evidencia ofrece justamente eso, evidencia de lo que se sabe a nivel de estudios grupales o poblacionales, pero nos dice poco de la persona que tenemos enfrente, de lo que necesita, de lo que la puede ayudar a avanzar, a ser más autónomo, más capaz, a disfrutar más plenamente de la vida y elaborar un proyecto saludable para esta. Es útil, efectivamente, la medicina basada en la evidencia. Pero si se sitúa en su lugar, que no es precisamente el central si hablamos de salud. Como decía un buen profesor, lo principal, lo primero, lo realmente necesario, es una silla, una persona, un encuentro... Lo demás viene después.
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