10 jul 2024

Desigualdades, opresiones, resistencias, luchas (y III): Resistencia, mestizaje y abogacía por la salud

"Un punto de partida para poder explorar juntas caminos mestizos hacia nuevos horizontes de liberación..."

Así terminaba la anterior entrada de esta serie, tras bucear en la visión de María Lugones sobre  cómo se entremezclan las diferentes características que nos conforman y el rol que pueden jugar éstas en las dinámicas de opresión y privilegio. Más que una intersección de desigualdades / opresiones, lo que propone esta autora es la imagen de un tejido en el que poder situar tanto las violencias sufridas como las resistencias puestas en práctica. 

Es este segundo aspecto, que habitualmente queda fuera de foco, el que propongo explorar, ya que es lo que más nos puede ayudar a explorar esos caminos mestizos señalados al principio. Al igual que la atención sanitaria se ha ido construyendo en torno a la enfermedad, dejando de lado la mirada salutogénica y su búsqueda sobre cómo se genera salud, el campo de las inequidades en salud se ha centrado en cómo estas enferman y matan a quienes viven en condiciones más precarias. Pero tan importante como esto es poder entender también cómo resisten, se cuidan y luchan estas mismas personas y grupos porque, si queremos mejorar la salud de quienes se encuentran en situaciones más difíciles, tendremos que apoyarnos en los esfuerzos que ya están haciendo. Y estos apuntan más allá de las desigualdades habitualmente descritas en la mayor parte de las investigaciones. Como también explicamos en el anterior artículo de esta serie, quienes viven en pobreza y exclusión, así como otros colectivos marginalizados (en el sentido de que son expulsados de los espacios centrales de nuestra sociedad), señalan no solo las desigualdades, sino especialmente las dinámicas de opresión que violentan sus vidas, frente a las cuales tratan de organizarse y buscar alternativas. Así, el horizonte que señalan no es solo de curación o disminución de daños, sino de liberación y emancipación. 

¿Cómo apoyar entonces en esta caminar? 


Lo primero es ser capaces de reconocer y valorar las estrategias de resistencia que forman parte del tejido vital de cada persona, así como la dimensión colectiva de éstas. Como señala también Lugones, se trata de resistencias concretas, enraizadas en lo cotidiano, construidas a partir de experiencias compartidas que a su vez generan interpretaciones comunes sobre lo que se vive de manera individual y colectiva, en torno a las cuales se van generando dinámicas comunitarias. 

Pero estos procesos de paso de lo individual a lo colectivo no se dan de manera automática. Se enfrentan a muchas dificultades y barreras. La primera de ellas, el silencio. La invisibilización de los procesos de exclusión y opresión, así como la culpabilización de quienes los sufren, como si su situación fuera únicamente responsabilidad suya, hacen complicado poder tomar la palabra. En una investigación realizada hace algunos años por ATD Cuarto Mundo sobre la violencia que supone la extrema pobreza, el título original "La miseria es violencia" fue complementado a partir de las aportaciones de las personas participantes por una segunda parte "romper el silencio", un elemento clave para poder salir del aislamiento.

Sin embargo, romper el silencio y hacer comprensible a otras personas lo que se está viviendo no es fácil, sobre todo cuando se habita en diferentes mundos de sentido. Lugones habla de que uno de los grandes errores de perspectiva que tenemos es el de ignorar que existen muchos otros mundos más allá del que cada persona habita, y lo explica poniendo el foco en las migrantes, que pueden al mismo tiempo habitar un mundo en el que son lo último, sirvientes en un contexto cultural impuesto "y que deben aprender/aceptar", y al mismo tiempo referentes de autoridad en el ámbito familiar o cultural propio . Por eso, para poder situarnos y comprender mejor, es importante poder viajar entre estos diferentes mundos de sentido. 

El silencio que bloquea la posibilidad de compartir la propia experiencia se nutre también de rabia y frustración, sobre todo cuando la persona no se siente reconocida, porque además se suele encontrarse con mensajes que le señalan su incapacidad de expresarse de manera adecuada. La ira, el enfado que provocan estas situaciones, suelen terminar generando un efecto boomerang que golpea a quienes la muestran, cuando en realidad nos está señalando algo muy importante. La ira, habitualmente despreciada, "es una respuesta, no a la injusticia, sino al impulso político frustrado de hablar y ser escuchada. La existencia de la ira es una evidencia del derecho negado a la participación social" (Lyman). Por eso no es suficiente con tomar la palabra, sino que es necesaria una voluntad de querer entenderse a partir de las diferentes experiencias y generar dinámicas que faciliten esta comunicación.

Estas resistencias, estas experiencias y visiones del mundo, cuando se asocian, generan posibilidades de lucha. Es algo a buscar, pero partiendo de la propia realidad, de lo que ya está ocurriendo en ciertos momentos o espacios y que pueden ser una puerta para ir más allá. Experiencias que construyen una visión y un análisis colectivo a partir de ellas, un reconocimiento mutuo entre quienes participan que genera identidad y un sentido común (es decir, compartido). No se trata por tanto de perseguir una comunidad ideal, en base a ciertas características prefijadas, sino de partir del propio espacio que se ocupa para ir dando pasos y eligiendo las claves que pueden llevar a un horizonte más abierto, construyendo comunidades impuras, como las llama Lugones, aterrizadas, mestizas.

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"No se trata de hacer algo en soledad, sino de incitar a los demás para unirse en una acción colectiva. Cuando esto ocurre, los participantes en el movimiento a menudo son los más sorprendidos por el poder transformador que deciden tener". Iris Marion Young

¿Cómo pasamos de la resistencia a la acción transformadora de las estructuras sociales, culturales e institucionales? Acá entra un juego la cuestión de la abogacía por la salud, que a todas nos suena pero sobre la que necesitamos clarificar algunas ideas para poder aterrizarla de manera concreta en nuestras prácticas. ¿Qué es la abogacía por la salud? ¿Quién debe realizarla? ¿Cómo hacerla?

El artículo "Abogacía por la salud, la parte olvidada de la promoción de la salud" aporta una revisión interesante del estado de esta cuestión. La palabra abogacía tiene su origen en el derecho, pero su significado moderno es “el proceso de manejar información y conocimientos estratégicamente, para cambiar o influenciar las políticas y prácticas que afectan las vidas de las personas, en particular las de las personas desfavorecidas”. Esto, aplicado al campo de la salud, implica defender las razones que van en la línea del cuidado y la promoción de la salud, identificar los determinantes que están generando desigualdades sociales en salud y que afectan a la población, así como abogar por su solución.

Hay diversas definiciones sobre la abogacía por la salud. En el glosario de la OMS de 2021 señalan que se trata de "una combinación de acciones individuales y sociales destinadas a conseguir compromisos políticos, apoyo para las políticas de salud, aceptación social y apoyo de los sistemas para una determinado objetivo o programa de salud". En otra revisión de la evolución del concepto de abogacía por la salud incorporan la cuestión de las desigualdades, explicándola como "una acción intencional, implementada de manera conjunta y a favor de los individuos y colectividades, especialmente para aquellos que sufren de inequidades en salud, con el objetivo de preservar o mejorar la salud, el bienestar y el empoderamiento para la promoción de la salud

En ambas definiciones se asoma una perspectiva clave sobre el quién y el cómo realizar la abogacía por la salud. Porque no se trata de acciones individuales realizadas exclusivamente desde el mundo sanitario. Claro que la realidad que se presenta en las consultas debe cambiar la mirada del profesional que atiende, empujándole a identificar los determinantes que impactan en la salud de la población a las que atiende y a movilizarse para conseguir transformarlos. Además, el reconocimiento social que se tiene desde las distintas profesiones sanitarias es una herramienta de incidencia que debe ser utilizada. Pero este activismo, si se apoya solo en el saber y la perspectiva profesional, corre el riesgo de transformarse en una dinámica paternalista, una movilización de arriba a abajo ineficaz, o incluso perjudicial para quienes se supone que quiere beneficiar, al no contar con el conocimiento y las capacidades de acción de quienes viven en carne las inequidades (de esto hablamos ampliamente en la serie Desigualdades, conocimiento, narrativas y acción).


El reto, entonces, es poder avanzar hacia una dinámica conjunta de abogacía de la salud, en la que las diferentes partes participantes aporten sus diversos conocimientos (técnico/profesional, activista, experiencial, académico) y asuman el papel que pueden jugar cada una, a partir de las herramientas y capacidades de acción que tienen, en el esfuerzo colectivo por transformar las estructuras que generan dinámicas de inequidad y opresión.

Por eso es importante no limitar la cuestión de la abogacía al activismo. El trabajo de sensibilización social y de incidencia política es clave, pero para poder ser efectivo debe apoyarse en un trabajo previo y sostenido a lo largo todo el proceso, que podríamos llamar de capacitación mutua o co-formación, entre los diferentes perfiles participantes. Así, podemos hablar que las acciones de abogacía para la salud tienen dos dimensiones: 

  • Co-formación, que busca promover entre todos los participantes su capacidad de agencia individual y colectiva, entendida ésta como la capacidad de las personas para resistir, actuar y transformar su contexto de manera cooperativa, autónoma y libre.
  • Activismo, para intentar transformar colectivamente las condiciones globales, incluyendo la búsqueda de compromiso político, la aceptación social y el desarrollo de políticas y sistemas de apoyo para realizar cambios estructurales que aborden los determinantes sociales de la salud y las inequidades. 
Al mismo tiempo, estas dos dimensiones se concretan de manera diferente en los distintos niveles de intervención comunitaria señalados por Cofiño y su equipo, que aunque fueron definidos en el ámbito de la atención primaria en salud dibujan un esquema que puede ser útil también en otros ámbitos de intervención.


García-Blanco, D., Cubillo-Llanes, J., n.d. Orientación comunitaria en los equipos de atenciónprimaria. Atención Primaria Práctica.  


¿Qué es lo que se puede realizar en cada uno de estos tres niveles en la dimensión co-formativa y en la dimensión activista? Señalemos algunas posibilidades:

Nivel 1. Nivel individual y familiar: «pasar consulta mirando a la calle». 
  • capacitación o co-formación: en la práctica asistencial de las consultas y la atención domiciliaria. es clave prestar atención a las personas dando importancia a sus contextos, a sus historias personales y familiares, a sus relaciones y a entornos desde un modelo de determinantes sociales de la salud. Esto facilitará una dinámica de aprendizaje continuo desde el ámbito profesional sobre el contexto en el que se trabaja, así como sobre las principales motivaciones, intereses y preocupaciones de la población, los recursos que son reconocidos como activos en salud por el vecindario y las razones por las que se considera que juegan un papel salutogénico. Por otro lado, en el marco de la consulta se puede aportar información clave a quienes acuden a ellas explicando el impacto que tienen sus condiciones de vida en relación a las dolencias o enfermedades que se padecen, así como fomentando dinámicas que, en vez de culpabilizar o señalar las incapacidades, promuevan la asunción de responsabilidades en positivo y la dinamización de las capacidades individuales.
  • activismo:  ampliar el marco de abordaje más allá de la dimensión individual  puede favorecer el compromiso personal con dinámicas colectivas de transformación social, aportando información y herramientas para facilitar el contacto con otros agentes comunitarios que juegan un papel importante en relación a las necesidades identificadas en la consulta.
 
Nivel 2. Nivel grupal: «educación para la salud grupal trabajando sobre las causas de las causas»
  • capacitación o co-formación: el trabajo grupal en torno a la salud y sus determinantes con una perspectiva de equidad, aterrizado en las características y necesidades concretas de cada territorio, es una de la herramientas formativas más potentes. Es importante tener en cuenta que estos espacios no deben limitarse a acciones educativas en las que los profesionales aporten conocimientos técnicos a la población, ya que en este nivel se conseguirá llegar más lejos cuanto más se avance en una dinámica de análisis colectivo de la realidad, en la que los diferentes conocimientos y perspectivas existentes en el grupo puedan dialogar y complementarse. Los efectos formativos de este trabajo deben revertir tanto en las vecinas y vecinos como en las profesionales participantes en el grupo. 
  • activismo: la acción grupal y los efectos que generan van mucho más allá de los aprendizajes cognitivos. En este espacio pueden desarrollarse vínculos y procesos de reconocimiento personal y mutuo que son claves de cara a la puesta en marcha de procesos de acción colectiva. Además, el abanico de posibilidades de acción frente a los problemas o necesidades detectadas es mucho más amplio cuando se aborda en un espacio grupal, y el trabajo a este nivel puede dar pie a propuestas o actuaciones concretas enfocadas hacia el cambio del contexto en el que se vive, empezando desde el ámbito más cercano. 
Nivel 3. Nivel colectivo: Acción comunitaria en salud, «el centro de salud no es el único centro de salud»
  • capacitación o co-formación: en este nivel se da un trabajo en red intersectorial e interdisciplinario con otros agentes del territorio, cada uno de los cuales puede aportar conocimientos y herramientas para generar una visión más completa de las realidades abordadas. Aunque en estos espacios muchas veces el foco está puesto en la acción para conseguir cambios, no debe olvidarse la importancia que tiene promover dinámicas formativas que favorezcan la construcción de una visión, un lenguaje y unos objetivos comunes. 
  • activismo: aquí se situaría lo que habitualmente suele identificarse habitualmente como abogacía por la salud, con todo el trabajo de comunicación e incidencia social y política que esta conlleva. Sin embargo, esta dinámica debe apoyarse sobre todo lo construido en los otros niveles y dimensiones, ya que estos favorecen la identificación de los elementos clave a ser transformados para conseguir un mayor impacto en salud, el desarrollo de la capacidad de agencia individual y colectiva, así como la generación de una masa crítica suficiente para poder hacer presión y transformar los contextos y estructuras. 
¿Nos ponemos a ello? Hay mucho que caminar, mucho que transformar en clave de resistencias y luchas entretejidas... ¡A por una abogacía mestiza de la salud!


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