7 jul 2023

Desigualdades, conocimiento, narrativas y acción (I): Injusticias relativas al saber (aka injusticias epistémicas)

“Que nos podamos comunicar para que podáis entender cómo nos sentimos para así podernos ayudar mejor, y nosotros entender mejor cómo llega vuestra ayuda, y que no quede como que tú estás por encima de mí, que seamos de tú a tú.”


Hay quién sabe mucho de algunas cosas. Hay quien cree saberlo todo. Hay quien no es consciente de lo que sabe. Hay quien sabe cosas que nadie más conoce.

"¿Y tú qué sabes?". Cuando se usa esta frase, suele hacerse más en tono de descalificación o cuestionamiento que por curiosidad sana. Señala a la otra persona como ignorante de ciertas cosas esenciales sobre el tema del que se esté hablando. Y ese señalamiento individual puede empequeñecer a quien lo recibe, salvo que pueda justificar que sí que tiene conocimientos sobre la cuestión tratada (apoyándose en títulos o pruebas que tengan respaldo social). Frente a la ignorancia, que muchas veces se enfoca desde la perspectiva individual, el saber se construye y se reconoce colectivamente. 

Para poder decir que sabes algo, otras personas, grupos o instituciones tienen que reconocerte ese saber. ¿Pero qué pasa cuando esto no ocurre? Porque hay personas y grupos a quienes se reconocen sus saberes con títulos y respaldo social, de manera que su reflexión y su palabra son tomadas en cuentas a la hora de seguir construyendo conocimiento, pero hay quienes ven constantemente negados no ya solo lo que han aprendido a través de su experiencia, sino incluso su propia capacidad para reflexionar y analizar lo que viven. 

"No soy tonto / no soy tonta". Esto es lo que dicen quienes se ven fuera de juego en las cuestiones del saber reconocido como tal. Yo se la he escuchado a muchas personas en situación de pobreza que he ido conociendo a lo largo de los años en ATD Cuarto Mundo. Cuando no se te reconocen tus conocimientos porque estos se han ido construyendo fuera del mundo académico, lo que queda es defenderte de quienes te señalan como incapaz. ¿Y si lo miramos desde otra perspectiva más amplia? ¿Y si ponemos el foco en la incapacidad de la sociedad para reconocer determinados tipos de saberes y en la pérdida que eso supone para todos y todas? Lo que no se nombra no existe y, si no damos cabida a diferentes miradas sobre el mundo en el que vivimos, muchos aspectos de la realidad seguirán escondidos, acallados.  

Es complicado hablar de estas cuestiones, ya que cuando se hace se suelen utilizar palabras que vienen del mundo académico y alejan el diálogo de los espacios comunes. Sobre esto han escrito cosas muy interesantes personas como Miranda Fricker y José Medina, que trabajan en el campo de la epistemología (la epistemología se dedica al estudio de cómo se construye el conocimiento y los mecanismos que influyen en que este se considere válido o no), a partir de lo que llaman "injusticia epistémica" (acá vídeo). En el seminario de filosofía social "Pobreza, crítica social y cruce de saberes" dinamizado por ATD Cuarto Mundo entre personas del mundo académico, activista y militantes Cuarto Mundo (personas con experiencia de pobreza que luchan por los derechos de aquellos que están en situación de mayor exclusión), se nombraba esta cuestión como "injusticias relativas al saber". Diferentes palabras para apuntar al mismo lugar: a las dinámicas existentes en nuestra sociedad que hacen que una persona o grupo no sean reconocidas como capaces de conocer y comprender a partir de su experiencia y reflexión, y a quienes por tanto se les impiden participar en prácticas de intercambio de conocimiento y de creación de sentido.

Fricker fue la primera autora en profundizar en estas cuestiones en su libro "Injusticia epistémica", señalando dos tipos diferentes:
  • Las injusticias de testimonio: cuando una persona o colectivo no es reconocida como creíble.
  • Las injusticias de interpretación: cuando se toma la experiencia de personas o colectivos para ser interpretadas por otros. Esto se da cuando se les priva de los recursos para poder expresar sus reflexiones, pero también cuando, aún estando disponibles estos recursos, no son aceptados o validados por el resto de la sociedad, o cuando sus términos y expresiones se captan pero son distorsionados o transformados.
Partiendo de este trabajo de Fricker, en el seminario de filosofía social realizado con activistas, académicas y militantes Cuarto Mundo se señalaron algunas formas diferentes de injusticias relativas al saber a partir de la experiencia de la extrema pobreza: 
  • La injusticia de apropiación: las innovaciones creadas en contextos de pobreza acaban por escapar de las manos de las personas en situación de pobreza y sólo las aprovechan otros (por ejemplo el enfoque pedagógico de Montessori, nacido en entornos empobrecidos y ahora aplicado en la educación privada principalmente). 
  • La injusticia de transmisión: las rupturas familiares, las retiradas de tutela, la estigmatización de padres y madres en situación de pobreza como culpables de lo que viven sus hijos e hijas impiden la retransmisión de una historia familiar en positivo, que pueda abrir las puertas a la construcción de una memoria que respete la globalidad de la realidad vivida a lo largo de generaciones, en vez de dinámicas que potencian la huida y el olvido de los propios orígenes. 
  • La injusticia de contribución: el hecho de no ser considerado como portador de conocimiento tiene como efecto que las personas no se consideren a sí mismas como tales y desarrollen un sentimiento de inferioridad. Y, con el tiempo, la injusticia relativa al saber tiene el efecto de imponer al grupo victimizado las categorías de los dominantes para pensar y hablar de sí mismos.
El que haya tantas formas de injusticia relativas al saber  nos señala que es un tema complejo y que hay que abordar en profundidad si queremos darle la vuelta. No basta, como se hace en muchas ocasiones, con limitarnos a abrir la puerta a la parte testimonial, invitando a quienes habitualmente son dejados al margen a tomar la palabra y contar lo que viven, lo que sienten, sus historias. No, no basta con eso si no permitimos que expresen también el análisis que hacen a partir de lo que han vivido, el sentido que le dan a su experiencia y cómo les condiciona en su manera de actuar en el mundo. No, no podemos encerrarles en el papel de relatores de historias sin reconocer su capacidad de construir conocimiento a partir de ellas. Debemos tratarles como informantes, no como fuentes de información, como sujetos capaces de actuar, y no como objetos.  Si no, les seguimos condenando al silencio, al olvido, al no existir. 

¿Cómo actuar entonces frente a esta invisibilización de la palabra y conocimiento de quienes son siempre dejados al margen, que incluso lleva a que, cuando se les deja expresarse, se les anule su capacidad de interpretación, quedando así a merced de todo tipo de distorsiones por parte de aquellos a quienes sí se les reconoce autoridad para construir conocimiento "de verdad"? 

Para que esto sea posible es fundamental reconocer formas de construir conocimiento diferentes de las habitualmente privilegiadas (por ejemplo, en vez de "conocer" a través de la abstracción, el lenguaje escrito, etc., hay quienes lo hacen a través del cuerpo, de tareas concretas, canciones, historias...). La expresión de este conocimiento es invalidada en muchas ocasiones, estigmatizándola como queja o protesta fuera de lugar, o incluso como evasión o fuga de la realidad. Sin embargo, también hay que reconocer que este intento de anulación no consigue borrar del todo este conocimiento, ya que aún bajo este manto de supuesta invisibilidad puede ser captado por otros "pares" (personas o colectividades que se reconocen compartiendo una situación o posición social). El silenciamiento "desde arriba" no destruye la capacidad de diálogo "entre abajos".

Esto nos lleva a uno de los puntos esenciales, que es el de cómo quienes sufren estas injusticias resisten a ellas, individual y, sobre todo, colectivamente. Sobre ello ha escrito José Medina en su libro "Epistemology of resistance". En él comienza abordando las causas que generan este no reconocimiento de los saberes construidos desde los márgenes, señalando que no se da por descuido o dejadez, sino que por el contrario es una ignorancia activa, que se produce (y reproduce) de manera constante en torno a lo que llama "vicios epistémicos" de la academia y los grupos sociales más reconocidos:
  • El vicio de la arrogancia: pensar que uno lo sabe todo
  • El vicio de la pereza: falta de curiosidad por aspectos de la vida social que salen del campo conocido y  distanciamiento de ciertas realidades que resultan ajenas.
  • El vicios de la mente cerrada: protegerse de realidades cuyo conocimiento amenazaría la propia posición social al cuestionar los privilegios que se disfrutan y la estructura que los sostiene.
Estos vicios tienen consecuencias sobre los demás, especialmente sobre los grupos oprimidos y/o marginalizados, pero también sobre los privilegiados, ya que les hace incapaces de entender el mundo tal cual es y el papel que ellos juegan en cómo está estructurado. De esta manera, quienes se supone que saben están cegados ante determinados aspectos de la realidad, ante las diferencias que les separan de otras personas o grupos y ante las relaciones y vínculos que tienen con ellos, así como a todo lo que estos les aportan aún sin ser reconocidos. 

Mientras tanto, a las personas y grupos oprimidos no se les permiten estos "vicios". Se les obliga a abrirse, quieran o no, señalándoles las limitaciones de su conocimiento e insistiendo en que tienen que aprender a mirar el mundo desde una perspectiva impuesta por "quienes de verdad saben". Se les fuerza a aprender lo que otros consideran útil, y se les evalúa de manera constante, siempre tienen que estar demostrando que van progresando en este aprendizaje. Se desarrolla así lo que W.E.B. Du Bois llamó la "doble conciencia", a partir de la historia del pueblo negro en EEUU. Según este enfoque, que puede aplicarse a otros grupos sociales oprimidos, estos se ven a sí mismos de dos maneras diferentes al mismo tiempo: una proviene del discurso de los grupos dominantes sobre los oprimidos ("cómo los blancos ven a los negros"); la otra deriva de la forma en la que estos grupos oprimidos se ven a sí mismos. Esta coexistencia de dos puntos vista tan diferentes puede producir malestar y conflicto interior, pero al mismo tiempo puede ser fuente de lucidez que permita entender el mundo de manera más compleja y rica, ya que hace entender a quien la sufre que la visión del mundo de cada persona o grupo es parcial, limitada y llena de puntos ciegos. 

Imagen: Anahí Rivera

Como vemos, el saber de las personas y grupos excluidos puede aportar elementos clave. Este saber, desarrollado a partir de la experiencia de sufrimiento y la resistencia frente a este, no lo puede aportar nadie más, no puede ser sustituido desde otros lugares. Además, desde su situación social de opresión pueden señalar cuales son los elementos dañinos del sistema de relaciones sociales y empujar hacia su transformación. ¿Cómo asegurar las condiciones que permitan a quienes son habitualmente ninguneados ser dueños de su pensamiento y de su palabra para construir conocimiento con otros?

Está claro que no puede hacerse de cualquier manera. No se trata de juntarse unos y otros y ver que pasa. A veces, cuando se intenta avanzar en esta línea, se parte de negar o borrar las diferencias buscando solo experiencias comunes, pero eso lo que hace es añadir una nueva capa de silencio, cuando lo que se necesita es liberar la palabra. La búsqueda de consenso puede llevar a la autocensura, a borrar la agitación y la ansiedad que suelen provocar las diferencias. Por eso es clave crear encuentros que acepten la incomprensión mutua, el desacuerdo y el conflicto (aceptar su existencia, no promoverla, claro está). Medina, hablando de cómo construir conocimiento en común, señala que es inevitable que haya roce, fricción, entre las distintas perspectivas que aportan grupos con diferentes experiencias, saberes y posiciones sociales (es lo que llama fricción epistémica, entre saberes). No hay que entender esta fricción como algo destructivo, sino todo lo contrario, como generador de movimiento, como posibilidad de que "salten chispas" que puedan dar nueva luz y nuevas miradas. Una fricción que nos empuje a salir cada cual de nuestro territorio conocido, de lo que ya sabemos, para aprender algo nuevo y, al mismo tiempo, descubrir lo que otras personas y grupos muy diferentes a nosotros pueden aportar.

Este es debe ser el horizonte para afrontar las injusticias relativas al saber: buscar crear lo común a partir de las diferencias, reconociendo estas no como obstáculos sino como recursos para la reflexión y la acción. Los contrapuntos que aportan esta diversidad de experiencias y puntos de vista son los que pueden alimentar unas prácticas de conocimiento más globales y mejorar el conocimiento de todos y todas, llevándonos mucho más lejos, hacia nuevos territorios de conocimiento. Pero claro, esto no es fácil... Nos obliga a que todos y todas, cada persona y cada grupo, trabajemos sobre nosotras mismas, poniendo siempre en el centro el reconocimiento de las demás, de lo otro, de lo diferente, aunque esto no nos resulte cómodo y nos "roce".

Nuevos saberes, nuevas miradas... y nuevas palabras. Estos procesos de construcción colectiva de conocimiento no pueden quedarse en un "comprendernos mejor" entre quienes participan. Hay que nombrar, dar voz a lo aprendido juntas, generar nuevas palabras para poner el foco en lo que antes quedaba oculto, en silencio, y parecía no existir. Estas nuevas palabras generan nuevas miradas, desarrollan nuevas sensibilidades, nuevos horizontes de comprensión, nuevas maneras de actuar (lo explica muy bien Medina en este artículo).

"¿Y tú qué sabes?". Tenemos que aprender a utilizar esta pregunta de nuevas maneras. No para quitarse de encima a quien tenemos enfrente señalando su ignorancia, sino para tratar de acercarnos a su experiencia, desvelar sus saberes y descubrir lo que podemos aprender juntas. Aunque tampoco está mal mantener su uso habitual, pero no dirigido hacia fuera, sino hacia dentro, para recordarnos a cada cual que, aunque a veces nos podamos creer muy "expertos" en algunos temas, hay mucho que ignoramos, y que justamente por eso necesitamos otras perspectivas, otros saberes, otros compañeros y maestras con quienes aprender.

He ahí el reto. Transformar y reconstruir lo que se sabe, aportando nuevos conocimientos, y el reconocimiento, personal y social, de quienes son los y las que saben.

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Este post forma parte de una serie sobre Desigualdades, conocimiento, narrativas y acción:








2 comentarios:

  1. Gracias Dani... reflexiones serias y fundamentadas ayudan a ser más humana y a vivir más plenamente la realidad que tenemos. Con espiritu crítico y mirada más clara. Gracias Dani...

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  2. Gran artículo. Un "aguijón azo" para despertar a la reflexión.

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