British Journal of Psychiatry.
La psiquiatría más allá del paradigma actual
¿Qué hace a un
psiquiatra bueno? ¿Qué habilidades particulares se necesitan para
practicar una "medicina de la mente"? Aunque es imposible
responder a tales cuestiones completamente nosotros creemos que hay
buenos indicios de que la buena práctica en Psiquiatría implica
primariamente un compromiso con las dimensiones no técnicas de
nuestro trabajo, tales como relaciones, significados y valores. La
Psiquiatría ha estado hasta ahora guiada por un paradigma
tecnológico que, aunque no ignorando estos aspectos de nuestro
trabajo, los ha mantenido como asuntos secundarios. El predominio de
este paradigma puede ser visto en la importancia que nosotros hemos
otorgado a los sistemas clasificatorios, a los modelos causales de
conocimiento del sufrimiento mental y al encuadre del cuidado
psiquiátrico como una serie de intervenciones discretas que pueden
ser analizadas y medidas independientemente del contexto(1).
En años recientes esta revista [The British Journal of Psychiatry] ha publicado una serie de editoriales argumentando que la profesión debería adoptar una identidad incluso más tecnológica y biomédica, y que los psiquiatras deberían centrarse en su dominio de la tecnología para permitir el progreso en el desarrollo de la investigación cerebral, genética, farmacológica y neurorradiológica (2,3,4). Esto resuena con las llamadas en Norteamérica para que la Psiquiatría llegue a ser simplemente una "neurociencia clínica" (5). Sin embargo, la promesa de avances terapéuticos procedentes de las ciencias del cerebro, siempre parece estar en el futuro, llevando a cuestionar su contribución a los avances en nuestro campo (6). De hecho, los propios neurocientíficos han llegado a ser más cautos acerca del valor de las aproximaciones reduccionistas al conocimiento de la naturaleza del pensamiento, emoción y comportamiento humanos (7, 8). Es más, hay abundantes pruebas de que las campañas anti-estigma basadas en modelos biogenéticos de la enfermedad mental grave han sido contraproducentes (9).
En años recientes esta revista [The British Journal of Psychiatry] ha publicado una serie de editoriales argumentando que la profesión debería adoptar una identidad incluso más tecnológica y biomédica, y que los psiquiatras deberían centrarse en su dominio de la tecnología para permitir el progreso en el desarrollo de la investigación cerebral, genética, farmacológica y neurorradiológica (2,3,4). Esto resuena con las llamadas en Norteamérica para que la Psiquiatría llegue a ser simplemente una "neurociencia clínica" (5). Sin embargo, la promesa de avances terapéuticos procedentes de las ciencias del cerebro, siempre parece estar en el futuro, llevando a cuestionar su contribución a los avances en nuestro campo (6). De hecho, los propios neurocientíficos han llegado a ser más cautos acerca del valor de las aproximaciones reduccionistas al conocimiento de la naturaleza del pensamiento, emoción y comportamiento humanos (7, 8). Es más, hay abundantes pruebas de que las campañas anti-estigma basadas en modelos biogenéticos de la enfermedad mental grave han sido contraproducentes (9).
El creciente enfoque en
la neurociencia ha significado que otros importantes desarrollos en
la provisión de cuidado y apoyo para las personas con problemas de
salud mental durante el curso del pasado siglo han sido descuidados.
Históricamente, éstos han sido impulsados mayormente por cambios no
técnicos que han promovido el empoderamiento y la inclusión social
(10).
Es generalmente aceptado que la clausura de los grandes asilos
victorianos mejoró la calidad de vida de los pacientes. Pero esto
fue principalmente el resultado de imperativos económicos combinados
con una creciente comprensión de los efectos negativos de la
institucionalización, más que, como frecuentemente se sugiere, una
consecuencia de la introducción de nuevos fármacos (11,12).
Otros desarrollos positivos han resultado del establecimiento de
cuidados basados en la comunidad, multidisciplinarios y el
surgimiento de los movimientos de usuarios de servicios y apoyos de
voluntarios. Muchos psiquiatras han trabajado duro para promover
estos desarrollos pero el creciente enfoque en aspectos técnicos y
biomédicos del cuidado han servido para marginar tales esfuerzos.
El paradigma
tecnológico
Desde sus orígenes en
los asilos del siglo XIX (13),
la Psiquiatría se ha enfrentado a una cuestión fundamental: ¿puede
una medicina de la mente trabajar con la misma epistemología que una
medicina de los tejidos?. A través de los siglos XIX y XX, se agarró
pronto a la idea de que los problemas de salud mental son mejor
entendidos a través de un idioma biomédico; que los problemas con
sentimientos, pensamientos, comportamientos y relaciones pueden ser
completamente entendidos con la misma clase de herramientas
científicas que usamos para investigar problemas con nuestros
hígados y pulmones. En décadas más recientes, los modelos de
psicología cognitiva, tales como "procesamiento de la
información"han sido desarrollados para trabajar con el mismo
idioma técnico (14).
El "paradigma tecnológico" que ahora guía la Psiquiatría
incorpora estas perspectivas, trabaja con una orientación
positivista (15)
e implica las siguientes asunciones:
(a) Los problemas de
salud mental son causados por mecanismos o procesos defectuosos de
alguna clase, implicando sucesos fisiológicos o psicológicos
anormales que ocurren dentro del individuo.
(b) Estos mecanismos o procesos pueden ser modelados en términos causales. No son dependientes del contexto.
(c) Las intervenciones
tecnológicas son instrumentales y pueden ser diseñadas y estudiadas
independientemente de relaciones y valores.
En el paradigma
tecnológico, los problemas de salud mental pueden ser esquematizados
y categorizados con la misma lógica causal usada en el resto de la
medicina, y nuestras intervenciones pueden ser entendidas como una
serie de tratamientos discretos dirigidos a síndromes o síntomas
específicos. Las relaciones, significados, valores, creencias y
prácticas culturales no son ignoradas pero llegan a tener una
importancia secundaria. Este orden de prioridades se refleja en
nuestro entendimiento del entrenamiento necesario de los futuros
psiquiatras, en lo que se publica en las revistas científicas, en
qué temas son seleccionados para análisis en conferencias, en los
tipos de investigación que son promovidos y en cómo
conceptualizamos nuestra relación con el movimiento de usuarios de
servicios.
Nosotros sugerimos que
este paradigma no ha servido bien a la psiquiatría. Ignorar los
problemas epistemológicos fundamentales en el corazón de nuestros
modelos no los hace desaparecer. Además, dicho paradigma no produce
resultados que sean consistentes con las demandas de la medicina
basada en la evidencia. Muchos dentro y fuera de la profesión están
planteando preguntas minuciosas que suponen un reto a la teoría y
práctica actuales. Por ejemplo, Marcia Angell, antigua editora del
New England Journal of Medicine, lanzó un serio ataque a la
orientación y práctica de la psiquiatría moderna en una serie de
reseñas de libros el año pasado (16,17).
El paradigma tecnológico enfatiza una tendencia hacia la
medicalización de la vida diaria, la cual, alternativamente, se
asocia con mercados en expansión para los agentes psicotrópicos.
Esto ha dibujado críticas extendidas, incluso del presidente del
grupo de tareas del DSM-IV (18).
Este proceso ha también llevado a la corrupción de sectores de la
psiquiatría académica a través de su implicación con la industria
farmacéutica, dañando la credibilidad de la profesión en el
proceso (19).
La psiquiatría ahora se
enfrenta a dos retos que no puede ignorar. Primero, un cuerpo
creciente de evidencia empírica que apunta a la importancia primaria
de los aspectos no técnicos del cuidado a la salud mental. Si somos
sinceros acerca de la promoción de la práctica "basada en la
evidencia", tendremos que tomar esto seriamente. Segundo, la
colaboración auténtica con los movimientos de usuarios de servicios
solamente puede ocurrir cuando la Psiquiatría esté preparada para
moverse más allá de la primacía del paradigma tecnológico. En
contraste con el sentido de los editoriales recientes, nosotros
argumentamos que el progreso real en nuestro campo no vendrá de la
neurociencia y los fármacos (importantes como éstos podrían ser)
sino de un re-examen fundamental de todo lo que es el cuidado a la
salud mental y un replanteamiento de cómo el conocimiento genuino y
experto puede ser desarrollado en el campo de la salud mental.
Evidencia
empírica que cuestiona el paradigma actual
Muchos de nuestros
pacientes se benefician del cuidado psiquiátrico e informan de
mejorías con tratamientos farmacológicos y diferentes formas de
psicoterapia. Esto no está en duda. ¿Pero cómo ocurren tales
mejorías? Examinaremos la evidencia relacionada con el cambio
terapéutico en la depresión y trastornos relacionados primero.
Después examinaremos la evidencia para "trastornos mentales
graves" (un término que usualmente incluye síndromes tales
como "esquizofrenia" y "trastorno bipolar").
Cambio
terapéutico en depresión y trastornos relacionados
Hay fuerte evidencia de
que la mejoría en depresión viene principalmente de los aspectos no
técnicos de las intervenciones. Recientes metaanálisis del
tratamiento farmacológico para la depresión demuestran que las
diferencias fármaco-placebo son mínimas (20,
21,
22, 23).
Incluso en los subgrupos de individuos más severamente deprimidos,
donde las diferencias se informaron como clínicamente
significativas, son todavía pequeñas en términos absolutos y
pueden ser simplemente el resultado de una reacción disminuida al
placebo (24).
El efecto placebo es un fenómeno complejo que implica experiencias
conscientes e inconscientes (25,26).
Entre otras cosas, implica la movilización de un sentido de la
esperanza y el significado (27),
y parecería que éste es el principal modo en el que estos fármacos
funcionan. Los efectos psicoactivos de los antidepresivos, tales como
los efectos sedativos de los tricíclicos, o el desapego emocional
producido por los inhibidores selectivos de la recaptación de
serotonina, son también probablemente relevantes en su rendimiento
en los ensayos clínicos, y puede o puede que no sean experimentados
como útiles para algunos individuos. En general, la evidencia
disponible no apoya la idea de que los antidepresivos funcionan
corrigiendo un "desequilibrio químico" preexistente
(28).
Dos revisiones recientes de comparaciones entre terapia electroconvulsiva (TEC) real con "simulada" también resaltan la importancia de los aspectos no técnicos de este tratamiento. Rasmussen (29) concluye que "una proporción sustancial de lo que parecían ser pacientes severamente enfermos respondieron a tratamiento simulado bastante claramente". Ninguno de los estudios revisados por Read y Bentall (30) encontraron diferencias significativas entre TEC real y simulada después del período de tratamiento. El estudio de Northwick Park (31), considerado por muchos como el estudio controlado de TEC de mejor diseño (32), es a menudo citado como muestra de evidencia para apoyar el uso de la TEC. Sin embargo, no hubo diferencia significativa, en un período de tratamiento de cuatro semanas, entre la TEC real y simulada en valoraciones de pacientes o enfermeras. La única diferencia positiva (para un grupo "crédulo" y percibida sólo por psiquiatras) había desaparecido un mes después del final del tratamiento. Durante seis meses, hubo dos puntos de diferencia, para ser exactos, en la escala Hamilton para la depresión a favor del tratamiento simulado. Es improbable que el ensayo, si se diseñara y ejecutara ahora de acuerdo a las guías actuales, pudiera haber sido informado como apoyando el uso del TEC y es notable que los investigadores, incluso en ese momento, concluyeron que "muchas enfermedades depresivas aunque graves pueden tener un resultado favorable con cuidado médico y de enfermería intensivo incluso si los tratamientos físicos no se dan" (31).
Dos revisiones recientes de comparaciones entre terapia electroconvulsiva (TEC) real con "simulada" también resaltan la importancia de los aspectos no técnicos de este tratamiento. Rasmussen (29) concluye que "una proporción sustancial de lo que parecían ser pacientes severamente enfermos respondieron a tratamiento simulado bastante claramente". Ninguno de los estudios revisados por Read y Bentall (30) encontraron diferencias significativas entre TEC real y simulada después del período de tratamiento. El estudio de Northwick Park (31), considerado por muchos como el estudio controlado de TEC de mejor diseño (32), es a menudo citado como muestra de evidencia para apoyar el uso de la TEC. Sin embargo, no hubo diferencia significativa, en un período de tratamiento de cuatro semanas, entre la TEC real y simulada en valoraciones de pacientes o enfermeras. La única diferencia positiva (para un grupo "crédulo" y percibida sólo por psiquiatras) había desaparecido un mes después del final del tratamiento. Durante seis meses, hubo dos puntos de diferencia, para ser exactos, en la escala Hamilton para la depresión a favor del tratamiento simulado. Es improbable que el ensayo, si se diseñara y ejecutara ahora de acuerdo a las guías actuales, pudiera haber sido informado como apoyando el uso del TEC y es notable que los investigadores, incluso en ese momento, concluyeron que "muchas enfermedades depresivas aunque graves pueden tener un resultado favorable con cuidado médico y de enfermería intensivo incluso si los tratamientos físicos no se dan" (31).
Conclusiones similares
surgen de la literatura sobre psicoterapia. La terapia
cognitivo-conductual (TCC) es el tipo de psicoterapia más
ampliamente apoyada hoy. Sus partidarios argumentan que funciona
rectificando cogniciones incorrectas que se cree que causan depresión
(33). Sin
embargo, varios estudios han mostrado que la mayoría de los rasgos
específicos de la TCC pueden ser dejados de lado sin que se afecten
adversamente los resultados (34).
Una revisión exhaustiva de estudios de los diferentes componentes de
la TCC concluyó que hay "... poca evidencia de que
intervenciones cognitivas específicas incrementen significativamente
la efectividad de la terapia" (35).
La evidencia de que los
factores no específicos, en lugar de las técnicas específicas, da
cuenta de casi todo el cambio en terapia es aplastante. En su
revisión de la evidencia sobre efectividad en psicoterapia, Budd y
Hughes escriben "no ha aparecido ningún modelo claro de
superioridad para ningún tratamiento" (36).
Cooper proporciona un examen exhaustivo y actualizado de la
investigación empírica en psicoterapia en general (37).
Lo que aparece de la evidencia es que los factores no específicos
(variables del cliente, sucesos extraterapéuticos, variables
relacionales y expectativas y efecto placebo) da cuenta de casi el
85% de la varianza en resultados terapéuticos en el campo
psicoterapéutico. En particular, la relación entre la alianza
terapéutica y el resultado parece notablemente robusta en las
diferentes modalidades de tratamiento y presentaciones clínicas
(38).
La falta de resultados claramente mejores por el uso de técnicas
específicas no está limitada a entornos de investigación. Por
ejemplo, en una revisión de más de 5.000 casos tratados en una
variedad de entornos del Servicio Nacional de Salud en el Reino
Unido, ninguna diferencia significativa en el resultado pudo ser
atribuida a los modelos psicoterapéuticos específicos usados, con
los factores no específicos tales como la relación terapéutica
dando cuenta de la mayoría de la varianza en los resultados (39).
Esto ha causado algunas dificultades para desarrollar las guías
nacionales. Aunque la Guía de Referencia Rápida (40)
del Instituto Nacional para la Salud y la Excelencia Clínica (NICE)
proporciona recomendaciones claras y definitivas en cuanto a qué
terapias se recomiendan en los estados de depresión, una exploración
de la guía completa (Clinical Guideline 90, (22)),
revela que, en realidad, la evidencia de la superioridad de una
aproximación particular está lejos de ser clara.
Recuperación en
trastorno mental grave
El cambio desde un
paradigma tecnológico resuena fuertemente con percepciones clave de
la "aproximación basada en la recuperación" en el cuidado
a la salud mental que ha llegado a ser crecientemente influyente
(10).
Hay una creciente apreciación de que la recuperación con
significado personal de un trastorno mental grave no está
necesariamente relacionada con los tratamientos específicos que son
prescritos (41).
La investigación ha señalado la importancia de la alianza
terapéutica en resultados decisivos (42).
Otros han señalado la importancia de la autoestima y un "locus
de control interno" (43).
Parece que crear un contexto terapéutico que promueva el
empoderamiento y la relación y que ayude a reconstruir una
autoidentidad positiva es de gran importancia (44,
45).
El concepto de
recuperación está todavía en desarrollo (46).
La evidencia de ambientes (47)
y comunidades (48)
no occidentales revela que las personas se recuperan de trastornos
mentales graves a través de muchos caminos, señalando la
importancia crucial de tomar en consideración la diversidad en el
trabajo en salud mental, tanto teóricamente como terapéuticamente
(49).
Al mismo tiempo, es
crecientemente reconocido que las intervenciones técnicas
específicas, tales como fármacos, tienen un impacto limitado en la
carga global del trastorno mental grave (50).
Un metaanálisis de ensayos controlados aleatorizados investigó la
efectividad de fármacos antipsicóticos de primera y segunda
generación y encontró que, en el mejor de los casos, las mejorías
vistas en dos escalas comúnmente usadas (la Brief Psychiatric
Rating Scale y la Positive and Negative Syndrome Scale)
fueron "decepcionantemente limitadas" (51).
Aunque los autores piden precaución contra la conclusión de que los
antipsicóticos tengan "efectos insignificantes en la práctica
clínica", dados sus hallazgos, y los de otros grupos (52),
tal conclusión no parece irracional. El exceso de confianza en la
psicofarmacología como la respuesta primaria al trastorno mental
grave creó las condiciones para una ceguera hacia los graves efectos
adversos de algunos fármacos psiquiátricos, y para una vergonzosa
complicidad con las campañas de marketing de la industria
farmacéutica que vendieron el espejismo de grandes innovaciones en
fármacos antipsicóticos. Los pretendidos avances terapéuticos
fueron, de hecho, "espurios" (53).
Como Kendall señaló recientemente "la historia de los atípicos
y los SGAs [antipsicóticos de segunda generación] no es la historia
del descubrimiento y progreso clínico; es la historia de categorías
fabricadas, dinero y marketing" (54).
Estos fármacos se asocian con riesgo cardiovascular incrementado
(55). Tales
efectos iatrogénicos han sido citados como una de las razones para
la significativamente disminuida expectativa de vida de las personas
con enfermedad mental (56).
El equilibrio de
evidencia no apoya la idea de que los problemas de salud mental son
captados mejor a través de un idioma técnico o que el buen trabajo
en salud mental puede ser caracterizado como una serie de
intervenciones discretas. Esto no es decir que el conocimiento médico
y la experiencia no son relevantes, e incluso vitales, en el campo de
la salud mental. Sin embargo, los problemas con los que lidiamos
piden a gritos una forma más matizada de entendimiento y práctica
médicas. Como Kirmayer y Gold señalaron recientemente "Definir
la psiquiatría como neurociencia aplicada revaloriza el cerebro pero
nos incita a una disciplina que es tan carente de mente como de
cultura" (57).
Necesitamos desarrollar una aproximación a los problemas de salud
mental que sea genuinamente sensible a la compleja interacción de
fuerzas (biológicas, psicológicas, sociales y culturales) que son
su base y que pueden ser usadas terapéuticamente. La evidencia está
llegando a ser clara en el sentido de que para mejorar los resultados
para nuestros pacientes, nosotros debemos concentrarnos más en los
contextos, las relaciones y en la creación de servicios donde la
promoción de la dignidad, el respeto, el significado y el compromiso
sean priorizados (10).
Debemos llegar a estar más familiarizados con la diversidad
cultural, el empoderamiento del usuario y la importancia del apoyo
entre iguales (58).
Colaboración
con el movimiento de usuarios de servicios
Aunque los pacientes con
enfermedad mental fueron colectivamente persiguiendo sus metas tan
atrás como en el siglo XVII (59),
no fue hasta la década de los años 80 del siglo XX que las
organizaciones de usuarios efectivas aparecieron. Desde entonces, el
auge del movimiento ha sido rápido. Sólo en el Reino Unido, se
estima ahora que hay al menos 300 grupos con un número de miembros
aproximados de 9.000 (60).
El movimiento de usuarios de servicios es ahora mundial, con las
organizaciones fundadas por usuarios de servicios siendo consultadas
por gobiernos nacionales, la Organización Mundial de la Salud, las
Naciones Unidas y la Asociación Psiquiátrica Mundial (61).
Aunque algunos usuarios
de servicios son felices de definirse a sí mismos y sus problemas a
través de un marco biomédico, muchos otros no. Tales grupos e
individuos mantienen una variedad de puntos de vista, pero están
generalmente unidos por un rechazo del marco tecnológico y el modo
de definir sus problemas a través de un vocabulario experto y
lógico. Un buen ejemplo es la Hearing Voices Network (HVN).
Apareció en Holanda a finales de los años ochenta, después de ser
iniciada por el psiquiatra Marius Romme (62).
Se ha extendido a lo largo de Europa y América principalmente a
través de los esfuerzos de las personas que oyen voces. La HVN no es
solamente una organización de apoyo entre iguales, sino que también
ofrece un modo diferente de entender y reaccionar al hecho de oír
voces. Otras organizaciones, tales como Mind Freedom
International y el Icarus Project no solamente ofrecen
apoyo entre iguales, sino que también desafían el marco
psicopatológico dominante. Por consiguiente, amplias secciones del
movimiento de usuarios de servicios buscan reencuadrar las
experiencias de enfermedad mental, malestar y alienación
convirtiéndolas en retos humanos, más que técnicos (63).
Hay también evidencia de
que muchos pacientes que no participan activamente en el movimiento
de usuarios de servicios encuentran las intervenciones psiquiátricas
problemáticas y algunas veces dañinas. En su estudio de puntos de
vista de los usuarios de servicios, Rogers et al (64)
encontraron que muchos usuarios de servicios no valoraban realmente
la pericia técnica de los profesionales. En lugar de ello, estaban
más preocupados con los aspectos humanos de sus encuentros, tales
como ser escuchado, ser tomado en serio, y ser tratado con dignidad,
amabilidad y respeto.
Conclusión
La psiquiatría no es
neurología; no es una medicina del cerebro. Aunque los problemas de
salud mental indudablemente tienen una dimensión biológica, en su
misma naturaleza, alcanzan más allá del cerebro e implican
dimensiones sociales, culturales y psicológicas. Éstas no pueden
siempre ser captadas a través de la epistemología de la
biomedicina. La vida mental de los humanos es discursiva por
naturaleza. Como Harré y Gillet señalan "Debemos aprender a
ver la mente como el punto de encuentro de una gama de influencias
estructurantes cuya naturaleza solamente puede ser pintada en un
lienzo más amplio que aquél proporcionado por el estudio de
organismos individuales" (14).
Los modelos reduccionistas fracasan en captar lo que es más
importante en términos de recuperación. La base de evidencia está
diciéndonos que necesitamos un desplazamiento radical en nuestro
entendimiento de lo que está en el corazón (y quizás en el alma)
de la práctica de la salud mental. Si nosotros vamos a operar en un
modo basado en la evidencia, y trabajar colaborativamente con todas
las secciones del movimiento de usuarios de servicios, necesitamos
una psiquiatría que sea intelectual y éticamente adecuada para
ocuparse de la clase de problemas que se le presentan. Además de la
adición de más ciencia social y humanidades al curriculum de
nuestros aprendices, necesitamos desarrollar una sensibilidad
diferente hacia la enfermedad mental en sí misma y un entendimiento
diferente de nuestro rol como médicos (65).
Nosotros no estamos buscando reemplazar un paradigma con otro. Una
psiquiatría post-tecnológica no abandonará las herramientas de la
ciencia empírica o rechazará las técnicas médicas y
psicoterapéuticas pero empezará a colocar los aspectos éticos y
hermenéuticos de nuestro trabajo como principales, resaltando de ese
modo la importancia de examinar valores, relaciones, política y las
bases éticas del cuidado y la preocupación.
Un desplazamiento tal
tendrá grandes implicaciones para nuestras prioridades de
investigación, las habilidades que enseñamos a nuestros aprendices,
la clase de servicios que buscamos desarrollar y el rol que jugamos
en la gestión de riesgos. Esto representa un sustancial, pero
excitante, desafío a nuestra profesión para reconocer lo que hace
mejor. Nosotros siempre necesitaremos usar nuestro conocimiento del
cerebro y el cuerpo para identificar causas orgánicas de alteración
mental. Nosotros también necesitaremos conocimiento de
psicofarmacología para proporcionar alivio de ciertas formas de
malestar. Pero la buena psiquiatría implica compromiso activo con la
naturaleza compleja de los problemas de salud mental, un saludable
escepticismo ante el reduccionismo biológico, tolerancia ante la
enmarañada naturaleza de las relaciones y significados y la
habilidad de negociar estos problemas en un modo que empodere a los
usuarios de servicios y sus cuidadores. De la misma manera que las
habilidades para operar están en el corazón de la buena práctica
quirúrgica, las habilidades en trabajar con múltiples estratos de
conocimiento y muchos sistemas de significado están en el corazón
de nuestro trabajo. Nosotros nunca tendremos una ciencia biomédica
que sea similar a la hepatología o a la neumología, no porque
seamos malos médicos, sino porque los problemas que tratamos son de
una naturaleza diferente.
El entendimiento de la
contribución única que la psiquiatría hace al cuidado de la salud
sólo puede incrementar nuestra relevancia ante el resto de la
medicina. Todas las formas de sufrimiento implican estratos de
historia personal, incrustados en un nexo de relaciones
significativas que son, una por una, incrustadas en sistemas
culturales y políticos. Kleinman y van der Geest han criticado con
razón el modo en el cual la medicina en general ha llegado a ver el
"proporcionar cuidados" en términos puramente técnicos
(66). Similarmente,
Heath ha defendido la importancia de las relaciones y el
entendimiento narrativo en la medicina general (67).
La psiquiatría tiene el potencial de ofrecer liderazgo en este área.
Retirarse a una identidad incluso más biomédica no sólo venderá a
nuestros pacientes al descubierto sino que se arriesga a llevar a la
profesión hacia abajo por un único y estrecho y callejón, cuando
lo que se necesita es amplitud de miras a rutas alternativas.
Listado de
autores:
Pat Bracken, Philip
Thomas, Sami Timimi, Eia Asen, Graham Behr, Carl Beuster, Seth
Bhunnoo, Ivor Browne, Navjyoat Chhina, Duncan Double, Simon Downer,
Chris Evans, Suman Fernando, Malcolm R. Garland, William Hopkins,
Rhodri Huws, Bob Johnson, Brian Martindale, Hugh Middleton, Daniel
Moldavsky, Joanna Moncrieff, Simon Mullins, Julia Nelki, Matteo
Pizzo, James Rodger, Marcellino Smyth, Derek Summerfield, Jeremy
Wallace y David Yeomans.
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