27 dic 2021

Pulsaciones del poder (Levantando la mirada IV)

Anda circulando por redes un pequeño vídeo que recoge con bastante tino la sensación de descontrol y huida hacia adelante que vivimos ahora mismo en nuestro entorno, en medio de una sexta ola de covid-19 con contagios explosivos en unos días tan marcados como son las navidades.



Cuando lo vi, enseguida me reconocí en esta dinámica, en modo "sálvese quien pueda" mientras me bombardean las noticias de positivos y contactos por todos lados. Pero, al mismo tiempo, sé que esta, como las demás olas, pasará, y en principio apunta a que será más corta y con menores casos graves que otras previas. Quien sabe si puede que sea el paso a una fase endémica de la covid-19, estableciéndose ya por fin como un catarro más frente al que nuestro sistema inmune tiene recursos para defenderse. Ojalá.

Al mismo tiempo, cada nueva ola viene acompañada de llamamientos varios a la ciudadanía, pero siempre en el mismo sentido. En vez de plantear medidas públicas ambiciosas y asegurar los medios y recursos sanitarios necesarios, el foco desde el principio se ha puesto en la responsabilidad ciudadana a la pandemia: mascarilla, autoconfinamientos, limitación de la vida social, etc. En torno a estas cuestiones ha girado principalmente el debate sobre las medidas a tomar, mientras que sobre otros campos (refuerzo de la Atención Primaria, equipos de rastreo, medidas para facilitar la conciliación en caso de cuarentena, etc.) se vuelven a lanzar los mantras habituales sobre lo importante que son pero sin una apuesta efectiva en ellos.

De este modo, a la sensación de impotencia y falta de control que hemos experimentado en muchas ocasiones durante la pandemia se suma el bombardeo de mensajes que nos recuerdan día tras día lo peligrosos que podemos ser para otras personas, y lo peligrosas que estas pueden ser para nosotros. Llueve así sobre mojado. Llueve impotencia y frustración pero también angustia y soledad.

Este enfoque se identifica con un modelo que se maneja en el ámbito de la seguridad humana, el Safety I, que pone el foco en que se produzcan el menor número de accidentes o eventos adversos posibles, tratando de prevenir, fundamentalmente, la debilidad del “factor humano”. Así hemos ido recibiendo indicaciones a lo largo de estos meses de pandemia con el mismo run-run de fondo: no hagas, no pienses, obedece para no equivocarte ni arrastras a otros con tu error. Sin embargo, desde hace años se plantea como alternativa a este modelo otro conocido como Safety II, más centrado en garantizar que salga bien todo lo que sea posible, apoyándose para ello en las capacidades de adaptación del "factor humano": las personas son la solución. En esta línea hemos podido ver los ejemplos de ciudadanía movilizada para buscar soluciones, aportando soluciones y respuestas especialmente en los espacios a los que las instituciones no han llegado (que han aumentado en el contexto de pandemia).

Sin embargo, no ha habido una apuesta efectiva para reforzar esta última línea, por más que desde diversos ámbitos se haya reivindicado como una dimensión esencial para el abordaje de la pandemia. De hecho, hemos podido ver como muchas de las iniciativas vecinales terminaban agotándose al no contar más que con sus propias fuerzas, entre la indiferencia y las barreras a su labor por parte de las administraciones. Muchas veces desde ámbitos profesionales se habla de el empoderamiento de la ciudadanía como un objetivo a lograr. Pero luego, cuando la realidad empuja a la gente a auto-organizarse, cuesta encontrar manera de sumar fuerzas y apoyo mutuo. Parece que desde las instituciones las prácticas comunitarias encajan cuando se mueven en el marco prefijado desde la administración, e incluso se aprovecha para delegar en ellas gestiones de las que se libera el ámbito profesional. Pero cuando desde estos espacios vecinales se cuestiona o reclama, como ha pasado en muchos lugares en los que se ha denunciado la inacción y la falta de accesibilidad de muchas instituciones a lo largo de estos dos años, es otro gallo el que canta. 



Y entonces, en vez de empoderar, desempoderamos. Muchas veces sin ser muy conscientes de ello, porque no nos paramos a pensar en los mecanismos y dinámicas que generan desempoderamiento. Sin embargo, es algo mucho más cotidiano de lo que nos pensamos. No hay más que preguntar a quienes viven en situación más precaria, que sufren estas prácticas continuamente (de hecho, la experiencia de pobreza y precariedad tiene algo en común con el vídeo del principio, con esa carrera constante, sin final, esquivando bombas y trampas que terminan agotando los esfuerzos de quien tiene siempre que huir o esconderse).

Las prácticas de desempoderamiento comienzan con la limitación del acceso, que conlleva también una limitación del reconocimiento: lo que no se ve no existe, no vale, no se toma en cuenta. Por eso, muchas veces, quienes viven empujados a los márgenes demandan que se les vea, poder hablar cara a cara, intentar ser reconocidos como personas en su contexto y realidad. Limitar eso, distanciarles, es una manera de encerrarles en su vulnerabilidad. 

Al mismo tiempo, es fundamental entender la desigualdad de poder existente entre las personas en situación precaria y los profesionales, lo que da a estos últimos la posibilidad de ejercer diferentes facetas del poder que tienen sobre las primeras:
  • Poder "obligatorio", que es un poder directo y visible, que se ejerce de manera evidente al tener quien esta por encima capacidad de dar órdenes que serán obedecidas por quien está por debajo. 
  • Poder "institucional", menos visible, y que se muestra a través de reglas organizacionales, protocolos y normas (de esto hemos vivido mucho a lo largo de estos meses de pandemia).
  • Poder "estructural", invisible, ejercido a través de leyes, el mercado de trabajo y la educación, de manera que crea y mantiene estructuras jerárquicas de clase social, género, etc. De alguna manera es el que sitúa a cada cual en "su" lugar social, haciendo por ejemplo que el saber académico sea más valorado que el conocimiento experiencial. 
  • Poder "productivo", a través de discursos y prácticas sociales, legitimando y deslegitimando, de manera que el reconocimiento suele tener que ver sobre todo con el posicionamiento en relación a los consensos sociales.
Un ejemplo concreto de cómo se articulan estas diferentes dimensiones del poder en la práctica clínica podría ser cómo la formación sanitaria "produce" profesionales entrenados para la "asistencia", lo que les sitúa en un papel de ayudadores desde el que es fácil situarse en un lugar más elevado que el de la persona asistida, promoviendo además la obligatoriedad de "tener que dar una respuesta", de resolver la situación desde ese rol. Si a esto le unimos el status y reconocimiento social de las profesiones sanitarias, junto con la capacidad de prescribir o recetar desde medicamentos a estilos de vida y comportamientos, ya tenemos un buen entramado del que tenemos que tomar conciencia si queremos frenar estas dinámicas de desempoderamiento constantemente en marcha. 

Este es el primer paso para poder construir en clave comunitaria: dejar de hacer para dejar a otrxs hacer. Es a partir de ahí donde podemos encontrar un camino común para avanzar después de lo mucho que parecemos haber retrocedido en estos últimos meses. 



 

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