En un post reciente, Vicente Baos apuntaba a esa costumbre tan arraigada de enfrentar el sufrimiento que vemos en las consultas a base de medicamentos, y se preguntaba sobre si esto no era sino una de las muchas formas de control social, al contribuir a disminuir la crispación y el cabreo.
Una pregunta muy pertinente, pero que corre el riesgo de ser silenciada con un simple pero honesto "¿Y qué otra cosa podemos hacer?". Porque como médic@s nos han formado y entrenado para dar respuestas, para aplacar el sufrimiento, para atacar las enfermedades o al menos sus síntomas... pero no tanto para abordar las causas profundas del dolor, para escuchar sin prisa y deseando entender a quién tenemos enfrente, para acompañar y asumir la impotencia compartida.
Esta cuestión apunta a una de las grandes interrogantes nunca bien abordada en las profesiones sanitarias, la de qué es la salud, ya que se supone que nuestro deber es protegerla y promoverla. El principal escollo es que la salud (y el sufrimiento que supone la pérdida de ésta) está íntimamente relacionada con la vida, tanto individual como colectiva, y eso es algo que nos desborda.
Pero ahí está la clave que merece la pena abordar para dejar de silenciar y ayudar a controlar, convirtiéndonos en verdader@s promotores de salud y de transformación individual y colectiva (porque ambas cosas van íntimamente unidas): ser capaces de abrirnos a la vida de quién está enfrente para comprender lo que le anima, su proyecto; aprender a reconocer sus capacidades y habilidades, que son las que hay que animar a poner en marcha; acompañar y comprometerse a largo plazo con esa persona; favorecer la creatividad y la acción del otr@; permitirnos, en definitiva, reconocernos como aprendices en este proceso de crecimiento que construimos siempre en común.
P.D. Estas notas recogen varias reflexiones que aparecen en el muy interesante libro de "El Cruce de Sabes y de Prácticas", sobre todo en el capítulo de "El proyecto familiar y el tiempo"
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