Gracias a Postpsiquiatría descubro la traducción de dos artículos de Marcia Angell, ex-redactora jefe del New England Journal of Medicine, que ayudan a entender muy bien la encrucijada en la que se encuentra la psiquiatría en el momento actual, empujada por el enfoque psicofarmacológico y el mercado afín. Acá van algunos extractos que me parece que plantea una de las preguntas que es importante afrontar:
"Cuando
se encontró que los psicofármacos afectaban a los niveles de
neurotransmisores en el cerebro, como se evidenció principalmente por
los niveles de sus productos de degradación en el líquido espinal,
surgió la teoría de que la causa de las enfermedades mentales es una
anormalidad en las concentraciones cerebrales de estas sustancias, que
se podrían contrarrestar específicamente con el fármaco adecuado.
Por ejemplo, como se encontró que clorpromazina disminuía los niveles de
dopamina en el cerebro, se postuló que las psicosis del tipo de la
esquizofrenia eran causadas por un exceso de dopamina. Posteriormente,
como ciertos antidepresivos aumentaban los niveles del neurotransmisor
serotonina en el cerebro, se postuló que la depresión estaba causada por
escasez de serotonina. Estos antidepresivos con fluoxetina o citalopram
se llaman inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS)
ya que previenen la reabsorción de serotonina por la neurona que las
liberó, de modo que permanecerá más en la sinapsis para activar otras
neuronas. Por tanto, en lugar de desarrollar un fármaco que encaje
con una anormalidad conocida, se postulado una anormalidad que encaje
con el fármaco.
Esto es una acrobacia de la lógica, como señalan los tres autores. Es
muy posible que fármacos que afecten a los niveles de ciertos
neurotransmisores puedan aliviar síntomas, incluso si estos
neurotransmisores no tienen nada que ver directamente con la enfermedad
(e incluso es posible que el alivio de los síntomas se produzca
completamente por algún otro modo de acción). Como Carlat dice, “Por
la misma razón, se podría argumentar que la causa de toda condición
dolorosa es una deficiencia en opiáceos, dado que los fármacos
analgésicos opiáceos activan los receptores opiáceos en el cerebro”.
Similarmente, se podría argumentar que la fiebre está causada por falta
de aspirina.
Pero
el principal problema con la teoría es que después de décadas tratando
de probarla, los investigadores siguen con las manos vacías. Los tres autores documentan el fracaso de los científicos para encontrar buenos datos en su favor. El funcionamiento de los neurotransmisores parece ser normal en las personas con enfermedad mental antes del tratamiento.
En palabras de Whitaker: Antes del tratamiento, los pacientes
diagnosticados de esquizofrenia, depresión, y otros trastornos
psiquiátricos no sufren de ningún “desequilibrio químico” conocido. Sin
embargo, cuando una persona comienza a recibir medicación psiquiátrica,
la cual, de una manera u otra, es como arrojar una piedra en el
mecanismo neuronal usual, su cerebro comienza a funcionar ….., anormalmente.
(...)
¿Cómo
actúan los fármacos?. Después de todo, independientemente de la teoría,
esto es una cuestión práctica. En su apasiónate libro, “Las nuevas drogas del emperador”,
Kirsch describe sus 50 años como científico tratando de responder esta
pregunta sobre los antidepresivos. Cuando el comenzó su trabajo en 1995,
su principal interés estaba en el efecto de los placebos. Para
estudiarlos, él y su colega revisaron 38 ensayos clínicos publicados que
comparaban varios tratamientos para la depresión con placebos. O
comparaban psicoterapia con ausencia de tratamiento. La mayoría de tales
ensayos duraron entre 6 y 8 semanas, y en este tiempo, los pacientes
tendían a mejorar algo incluso sin ningún tratamiento. Pero Kirsch
encontró que los placebos fueron tres veces más efectivos que la
ausencia de tratamiento. Esto no les sorprendió particularmente. Lo que
si les sorprendió fue el hecho de que los antidepresivos fueran solo
marginalmente mejor que los placebos. Cuando se juzgan con escalas
utilizadas para medir la depresión, los placebos tuvieron el 75% de
efectividad de los antidepresivos. Kirsch decidió entonces repetir su
estudio examinando un conjunto de datos más completo y normalizado.
Los
datos que utilizó se obtuvieron de la “Administración para Alimentos y
Medicamentos de USA” (FDA) en lugar de la bibliografía publicada. Cuando
las compañías buscan la aprobación de la FDA para comercializar un
nuevo medicamento, deben remitir a la agencia todos los ensayos clínicos
que ellos han financiado. Los ensayos son usualmente a doble ciego y
controlados con placebo, esto es, los pacientes participantes son
asignados al azar para recibir bien el fármaco o placebo, y ni ellos ni
su médico sabe a cuál de ambos ha sido asignado. A los pacientes se les
dice sólo que ellos pueden recibir un fármaco activo o un placebo, y
también sobre los efectos adversos que pueden experimentar. Si dos
ensayos muestran que el fármaco es más efectivo que placebo, el fármaco
generalmente se aprueba. Pero las compañías pueden financiar tantos
ensayos como quieran, muchos de los cuales pueden ser negativos, esto
es, que fracasan en mostrar efectividad. Todo lo que necesitan es sólo
dos ensayos positivos. Los resultados de los ensayos de un mismo
medicamento pueden diferir por muchas razones, incluyendo cómo se ha
diseñado y llevado a cabo el mismo, su tamaño, y el tipo de pacientes
estudiados.
Por
razones obvias, las compañías farmacéuticas se garantizan que los
resultados positivos se publiquen en revistas médicas y que los médicos
los conozcan, mientras que los negativos frecuentemente languidecen
ocultos en los archivos de la FDA, que los considera una información con
dueño y por tanto confidencial. Esta práctica causa un sesgo enorme en
la bibliografía médica, en la educación médica, y en las decisiones de
tratamiento.
Kirsch
y sus colegas utilizaron la “ley de libertad de información” para
obtener revisiones de la FDA de todos los ensayos clínicos controlados
con placebo, fueran positivos o negativos, remitidos para la aprobación
inicial de seis de los fármacos antidepresivos más ampliamente
utilizados aprobados entre 1987 y 1999 -Prozac® (fluoxetina), Paxil®
(paroxetina), Zoloft® (sertralina), Celexa® (citalopram), Serezone®
(nefazodona) y Effexor® (venlafaxina)-. Este conjunto de datos es mejor
que el que se utilizó en el estudio previo, no sólo por incluir estudios
negativos, sino porque la FDA impone criterios uniformes de calidad a
los ensayos que revisa, y no todo el material de investigación del
anterior estudio de Kirsch se había remitido a la FDA como parte de la
solicitud de aprobación.
En
total, hubo 42 triales de 6 fármacos. Muchos de ellos fueron negativos.
En general, los placebos mostraron una efectividad del 82% de la del
fármaco activo, cuando se media con la escala de Hamilton para la
depresión (HAM-D), una medida ampliamente utilizada de los síntomas de
depresión. La diferencia promedio entre el fármaco y el placebo fue solo
de 1,8 puntos en la HAM-D, una diferencia que aunque estadísticamente
significativa, es clínicamente insignificante. Los resultados fueron los
mismos para los seis fármacos: todos fueron igualmente impresionantes. A
pesar de ello, como los estudios positivos fueron ampliamente
publicitados, mientras que los negativos fueron ocultados, el público y
la profesión médica llegó a creer que estos fármacos eran antidepresivos
altamente efectivos.
Kirsch
también tropezó con otro hallazgo inesperado. En su anterior estudio y
en los trabajos de otros, él observó que incluso tratamientos que no
fueron considerados antidepresivos, como hormona tiroidea sintética,
opiáceos, sedantes, estimulantes, y algunos fitoterapéuticos, fueron tan
efectivos como los antidepresivos para aliviar los síntomas de
depresión. Kirsch escribe, “Cuando se administran como si fueran
antidepresivos, fármacos que incrementan, que disminuyen, o que carecen
de efecto alguno, sobre la serotonina, todos alivian la depresión en el
mismo grado”. Lo que tenían en común todos estos fármacos “efectivos”
era que producían efectos colaterales, sobre los cuales se había avisado
a los pacientes que podrían experimentar.
Es
importante que los ensayos clínicos, particularmente aquellos que
tienen que ver con estados subjetivos como depresión, permanezcan doble
ciego, sin que los pacientes ni sus médicos conozcan si están recibiendo
o no un placebo. Esto previene que tanto los pacientes como sus médicos
imaginen mejorías que no hay, cosa que es más probable si él cree que
el agente que le está siendo administrado es un fármaco activo y no un
placebo. Al confrontarse con el hallazgo de que casi cualquier
medicamento con efectos colaterales fue ligeramente más efectivo en
tratar la depresión que un placebo inerte, Kirsch especulo que el
padecimiento de efectos colaterales en los individuos que reciben el
fármaco los capacitó para adivinar correctamente que ellos estaban
tomando tratamiento activo -y esto se confirmó con entrevistas con los
pacientes y médicos- lo cual hizo más probable que informaran mejorías.
Sugiere que la razón por la que los antidepresivos parecen actuar mejor
en aliviar la depresión grave que en los menos graves, reside en que los
pacientes con síntomas graves probablemente son tratados con dosis
altas y por tanto experimentan más efectos colaterales.
Para
investigar más a fondo si los efectos colaterales sesgaron las
respuestas, Kirsch miró algunos ensayos que emplearon placebos “activos” en
lugar de inertes. Un placebo activo es aquel que por sí mismo produce
efectos colaterales, como atropina -un fármaco que selectivamente
bloquea la acción de cierto tipo de fibras nerviosas-. Aunque no es un
antidepresivo, la atropina causa, entre otras cosas, una notable sequedad
de boca. En ensayos que utilizaron atropina como placebo, no hubo
diferencias entre el antidepresivo y el placebo activo. Ambos tienen
efectos colaterales de un tipo u otro, y ambos dieron cuenta del mismo
nivel de mejoría. Kirsch informó sobre otros hallazgos extraños en los
ensayos clínicos con antidepresivos, incluyendo la ausencia de una curva
dosis-respuesta -esto es, dosis altas no funcionan mejor que dosis
bajas- lo cual es extremadamente improbable para fármacos verdaderamente
efectivos. Poniendo todo esto junto, escribe Kirsch, se llega a la
conclusión de que la relativamente pequeña diferencia entre fármacos y
placebos puede que no sea un efecto real del fármaco en absoluto. En su
lugar, podría ser un efecto placebo aumentado, producido por el hecho de
que algunos pacientes habían roto el cegado y reconocieron si tomaban
fármaco o placebo. En lugar de comparar los fármacos con placebo, hemos
comparado placebos “normales” con placebos “extra-fuertes”."
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