Curiosa coincidencia la que aparece en el último número de
Diagonal en su sección
Cuerpo. Por un lado, un artículo muy interesante (por lo menos para alguien profano en ese campo como soy yo) sobre el
debate en torno a los tratamientos forzosos en psiquiatría. Parece ser que la presentación de nuevos medicamentos es un buen lugar para hacer un llamamiento en favor de los tratamientos obligados para aquellas personas que l@s psiquiatras decidan que lo necesitan. Menos mal que hay otr@s profesionales del mismo campo que demuestran una mayor amplitud de miras, aparte de una visión menos contaminada por la industria. Así, para Marfà (psiquiatra y secretario de
La Comisión de Ética de la Fundación
Congreso Catalán de Salud Mental), el camino
ha de tender hacia “
proveer
los recursos comunitarios precisos
para cada patología y situación vital.
No hay otra opción, aunque pueda
presentar distintos nombres: programa
comunitario estilo nórdico,
tratamiento asertivo comunitario u
otro tipo de programas que tienen
en común la provisión de recursos
psicoterapéuticos, farmacológicos,
y comunitarios, como alojamiento,
integración laboral, etc.”. Por su parte, la presidenta de la
Asociación Española de Neuropsiquiatría,
María Fe Bravo Ortiz,
tampoco duda a la hora de mostrar
su desacuerdo, y apuesta por reforzar como
eje fundamental del tratamiento la
alianza terapéutica (un acuerdo entre
paciente y terapeuta sobre los objetivos
de la psicoterapia basado en
una relación de confianza y respeto
mutuo). A su vez, Bravo considera
que todo esto no es más que un intento
de “
distraer la atención sobre
lo fundamental para implicar en su
tratamiento a las personas con trastornos mentales
graves: la disponibilidad
de servicios y equipos de tratamiento
que trabajen asertivamente
en la comunidad, además del trabajo
de la alianza terapéutica”.
Y unas líneas más abajo de este debate sobre si se puede obligar o no a una persona con diagnóstico de trastorno mental una sustancia que altera su comportamiento, una reseña sobre otro tipo de drogas, pero estas ilegales.
"En 1980, el paquete de 20 cigarrillos
de una de las marcas más comunes
en el mercado costaba 60 pesetas
(0,36 euros). En 2011, el precio del
mismo producto es de 3,80 euros en
el estanco, lo que quiere decir que su
valor se ha multiplicado por 12.6. (...) Actualmente
los impuestos suponen el 80% del precio
del tabaco, lo que da idea de su
importancia como fuente de ingresos
para el Estado.
Si hacemos el mismo ejercicio con
algunas drogas ilegales, obtenemos
resultados bien distintos. El gramo de
heroína de 1980 ha dividido su precio
por dos (20.000 pesetas en 1980, 60
euros en 2011). La cocaína se habría
mantenido estable o incrementado
muy ligeramente su precio (40-50
euros en 1980, 50-60 en 2011). Una
pastilla de éxtasis costaba en 1986
alrededor de 7.000 pesetas (42
euros) y actualmente puede comprarse
por cinco o seis euros.
(...)
Los usuarios de drogas
ilegales no tienen la oportunidad de
contribuir al sistema a través de
impuestos sobre las sustancias que
consumen. Es probable que muchos
de ellos prefirieran pagar al Estado por
un producto controlado en lugar de alimentar
los oscuros negocios vinculados
al narcotráfico. Alguien debería
recordárselo a aquellos que en estos
días buscan incrementar ingresos y
reducir gastos."
Unas se quieren imponer, otras se mantienen prohibidas... Todas siguen moviendo mucho, mucho dinero, y las políticas que las definen siguen dejando de lado, como algo anecdótico, las prioridades de quienes las consumen, por opción o por obligación.
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