9 jun 2024

Desigualdades, opresiones, resistencias, luchas (II): Tejidos de violencias y cuidados

Hay una red. Un tejido entremezclado en el que se cruzan diferentes características: la edad, el género, la clase social, el estatus migratorio, el territorio que se habita, la capacidad funcional, la sexualidad... por señalar algunas de entre otras muchas que puede haber. Cada una de ellas señala un eje del tejido, y en función de la potencia acumulada en ese eje podemos encontrar mayor debilidad o fuerza en ese extremo del tejido, más capacidad de acoger dentro de la red o más tensión para rebotar lo que choque contra ella.

Llego a esta imagen preguntándome cómo poder representar los ejes de desigualdad. Pero en esa búsqueda, como ocurre en tantas otras búsquedas importantes, tropiezo con las palabras, que muestran lo que deben y ocultan lo que quieren. 

Y es que es frecuentemente se utiliza el término "desigualdades" para hablar de diferencias en salud que son sistemáticas, tienen un origen social y por tanto son evitables e injustas. Hay quien señala que sería más correcto usar la palabra "inequidades", para remarcar así la última parte de la definición. Sin embargo, sigue faltando algo... ¿qué dinámicas, qué fuerzas generan estas diferencias? ¿O es algo que ya viene dado y que se mantiene por inercia? 

¿Y si, en vez de señalar inequidad y justicia como los polos entre los que nos movemos, habláramos de opresión y de liberación?
 
... sobre opresiones, poderes y violencias

En los últimos tiempos se habla cada vez más de interseccionalidad para hablar de esta cuestiones, estudiando su impacto en la salud. Sin embargo, Kimberlé Crenshaw, profesora estadounidense de Derecho que popularizó este término, no lo conectaba con la desigualdad, sino con la opresión, definiéndola así: “fenómeno por el cual cada individuo sufre opresión u ostenta privilegio en base a su pertenencia a múltiples categorías sociales”. También Patricia Hill Collins, otra de las que más ha estudiado este tema, al tratar de representar los diferentes ejes entrecruzados los sitúa entre polos en los que vuelve a hablar de opresión y de privilegio. 



En una de las últimas aportaciones en este campo, los artículos de D. Devakumar et al sobre “Racismo, Xenofobia, Discriminación y Salud”, se aborda cómo se generan los mecanismos de desigualdad y discriminación, señalando en su origen un sistema de opresiones entrecruzadas que promueven  dinámicas de separación y poder jerárquico. Estas dinámicas agrupan a las personas en diferentes grupos humanos según determinadas características y estratifican a estos grupos otorgando más reconocimiento, acceso a recursos y capacidad de actuar a unos que a otros.

Opresión. Opresión. Opresión. Tres propuestas de diferentes autoras que eligen este término, que sin embargo parece desaparecer cuando hablamos de desigualdades en salud. Quizás desde el ámbito de las ciencias sanitarias se prefiere el término supuestamente más objetivo, o con menos carga emocional asociada. Quizás es que el estudio de la opresión ha estado tan relacionado con el ámbito del racismo y el feminismo que hace olvidar que estas dinámicas de rechazo y sometimiento se reproducen de otras maneras, como la aporofobia, el edadismo, la LGTBIfobia y tantas otras espirales que conforman el sistema de opresiones entrecruzadas. Quizás sea que desde el ámbito de la salud nos vemos capaces de medir las diferencias, comparando cifras, pero no de abordar un estudio más en profundidad, que requiere mezclar técnicas diversas de investigación para entender el origen y el mantenimiento de estas diferencias. Quizás sea todo esto junto con otros elementos. El caso es que hablar de desigualdades en vez de opresiones pone el foco en unos puntos concretos, oculta otros y condiciona el horizonte al que avanzamos. Porque no es lo mismo hablar de equidad que de liberación o emancipación.

Pasar de analizar las desigualdades (foto fija, comparando resultados de procesos previos que pueden quedar fuera de foco) a poner la mirada en las opresiones (revisando las dinámicas que promueven de manera continua estas desigualdades, sosteniéndolas o incrementándolas, así como los esfuerzos de resistencia frente a ellas) saca a la luz cuestiones esenciales, como son las relacionadas con las relaciones de poder. Un aspecto esencial que no ocupa el espacio que debería en las investigaciones sobre promoción de la salud, salvo excepciones como Jennie Popay, que ha aportado algunos elementos clave sobre los diferentes poderes en el ámbito comunitario: los poderes limitantes (los que ejercen quienes pueden dar órdenes a quien está por debajo; el poder institucional que fija reglas, protocolos y normas; el poder estructural, invisible, que sitúa a cada cual en "su" lugar social, haciendo por ejemplo que el saber académico sea más valorado que el conocimiento experiencial; y el poder productivo, a través de discursos y prácticas sociales) y los emancipatorios (dados por las capacidades internas de la propia comunidad, las relaciones que permiten actuar junto a otros agentes para alcanzar objetivos concretos y el desarrollo de una acción comunitaria que permita aumentar el control sobre lo que se vive). Entre estos poderes y sus equilibrios se juegan las dinámicas de opresión y emancipación.

A la cuestión del poder hay que sumar otro aspecto fundamental que suele ser también invisibilizado: las violencias. Paul Farmer insistió mucho en que no se puede entender la salud y sus cuidados sin poner el foco en la violencia estructural. Siguiendo a este autor, es importante señalar que nuestra manera de organizarnos en sociedad, separando y jerarquizando a los diferentes grupos humanos, otorgando a unos poder sobre otros, es fuente de injusticias que debe ser reconocida como violencias ejercida de arriba hacia abajo. Como ejemplo que él mismo ponía: “No es posible tener un debate honesto sobre alcoholismo entre nativos americanos, o sobre adicción a drogas entre afroamericanos, sin abordar la historia de genocidio y esclavismo en Norteamérica. (Sin tener en cuenta esto) se perpetúa la violencia estructural a través de la omisión analítica”.

... un tejido entremezclado

Pero volvamos a la imagen de la red de la que partimos. Como señalan quienes han insistido más en la interseccionalidad de las opresiones, estas no se pueden separar entre sí como si fueran elementos aislados. La mujer gitana que vive en el ámbito rural vive todas esas dimensiones y los efectos de ellas de manera conjunta. Sin embargo, la imagen del cruce entre las diferentes opresiones ha sido cuestionada por autoras posteriores. Es cierto que es una metáfora que lo que busca es romper con una imagen previa en la que sólo se reconocía, por ejemplo, a mujeres (blancas heterosexuales) o negros (hombres heterosexuales), escondiendo multitud de otras realidades. Pero la nueva perspectiva que ofrece es también limitada y, por ejemplo, el esquema de Patricia Hill Collins se basa en una cruce de ejes bipolares que no refleja la multitud de relaciones y tensiones que se mueven entre ellos. 

En ese sentido, me parece especialmente interesante la mirada de María Lugones, que en vez de la imagen del cruce propone la del tejido, ya que, como explica en su libro "Peregrinajes", las diferentes características que conforman nuestro rol social están entremezcladas, entretramadas, entretejidas desde su propio origen, conformando lo que somos, cómo nos vemos y cómo se nos percibe desde otras perspectivas. Al mismo tiempo, la acción de tejer encaja con la propia dinámica de la vida que nos lleva a ir creando, a partir de los hilos que tenemos y en el espacio en el que habitamos, ese tejido vital que vamos siendo, mostrando y compartiendo. 

Esa imagen del tejido, señalando los diferentes ejes de opresión y privilegio que lo tensionan, es lo que creo que mejor representa las dinámicas que generan desigualdad y discriminación. Según el lugar social que se ocupe y cómo se construya la mirada propia y ajena sobre cada persona, en cada uno de los extremos del tejido habrá más o menos energía, y eso condicionará el estado de la red en ese punto, pero afectando también de manera global a la misma.  Así, habrá zonas débiles y otras de mayor fortaleza, condicionando entre todas la capacidad global del tejido para sostener la vida.

Pero si seguimos con la propuesta de Lugones, la imagen del tejido se enriquece aún más. Porque ella no se limita a señalar las intersecciones entre elementos condicionados por las dinámicas de opresión, sino que señala que estos se mezclan, cuajan y forman algo diferente. Utiliza una imagen que me parece clarificadora: si en vez de tratar de ver de manera separada estos elementos (como si tratáramos de separar la yema de la clara del huevo), miráramos lo que pueden llegar a generar conjuntamente (como ocurre cuando mezclamos yema, clara y otros elementos para hacer mayonesa) esto nos llevaría a poner encima de la mesa el potencial del mestizaje como clave para la construcción de identidades que puedan llevarnos a nuevos lugares y relaciones, más allá de las  normas o estereotipos establecidos.

Es decir, en esta red es importante recordar que no actúan solo las violencias que debilitan y tienden a romperla, sino que también hay fuerzas resistentes, que al igual que las opresiones también se entrelazan dando fuerza y cohesión al conjunto. Es esa tensión entre opresiones y resistencias la que va conformando la trama del tejido, de una manera única y propia que es importante reconocer, tanto desde dentro como desde fuera.

Esta imagen del tejido puede servirnos para ilustrar la capacidad de sostener de la vida, construyendo al mismo tiempo identidad y sentido alrededor de lo que se es capaz de generar. Un sostén que no es solo resistencia y fuerza frente a las agresiones, sino también capacidad para amoldarse y poder acoger aquello que debe ser abrazado porque aporta vitalidad y sentido, evitar la caída de elementos fundamentales para cada cual y tensarse para rebotar hacia otros lados aquello que puede herir y dañar. La clave es la capacidad de adaptación a las diferentes realidades y momentos, porque tan dañina puede ser la debilidad que impida sostener nada como que la tensión acumulada lleve a rechazar todo lo que venga. Y es ahí donde las violencias y cuidados enredados en torno a las diferentes tramas de opresión y privilegio condicionan de manera importante, al aumentar o disminuir la vulnerabilidad y las tensiones en torno a determinados ámbitos.

¿Qué adonde quiero llegar con todo esto? Pues a que cuando hablemos de desigualdades, opresiones o como lo queramos llamar,  no nos quedemos analizando solo las enfermedades y vulnerabilidades que producen. Siendo estas importantes, para poder revertirlas necesitamos ampliar la mirada para identificar las dinámicas de violencia y cuidados en marcha, profundizar en las narrativas y prácticas que se generan a partir de ellas, escuchar cómo quienes sufren las opresiones se entienden a sí mismas y a quienes las rodean, cómo a partir de sus experiencias y condicionantes construyen su propio tejido para sostener la vida y cómo este les sitúa para relacionarse con quienes habitamos otros espacios más privilegiados. 

Un punto de partida para poder explorar juntas caminos mestizos hacia nuevos horizontes de liberación... 


Esta entrada pertenece a la serie Desigualdades, opresiones, resistencias, luchas:






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