14 oct 2021

Determinantes, Desigualdades, Violencias (Levantando la mirada III)

"La pandemia nos afecta a todos por igual" fue uno de los primeros tópicos en desmontarse al ir conociendo datos de cómo la COVID-19 afectaba, al igual que muchas otras enfermedades, más y de forma más agresiva a quienes viven en mayor precariedad, mientras que las grandes fortunas se hacían aún mayores y los mecanismos de toma de decisiones se centralizaban en el contexto de emergencia, restando capacidad de acción local.

De repente, aspectos como la vivienda, el trabajo, los cuidados y las relaciones sociales mostraban de manera clara su vinculación con la salud. Los determinantes sociales en salud (DSS) saltaban a primera plana, aunque no se traducían en políticas ambiciosas a la altura de la determinación con la que se implantaban medidas de distanciamiento. ¿Por qué esta parálisis de acción pese a constatar la importancia de estos factores?

Quizás nos hace falta dar un paso más allá. Si no solo enumeramos los DSS como nuevas variables sino que estudiamos cómo se relacionan estos aspectos clave (vivienda, trabajo, ingresos, redes) entre ellos y con el sistema político y económico en el que vivimos, el cuadro resultante cambia bastante. Ya no limitaremos a medir la influencia de factores independientes, sino que podremos entender mejor el entretejido de las diferentes fuerzas y construcciones sociales que influyen en los procesos de salud y enfermedad, como propone el modelo de la Determinación Social de la Salud (cuya diferencia con el modelo de los DSS va mucho más allá del cambio de plural a singular). 

Esto nos permitirá abordar no solo los efectos de los factores sociales, políticos y estructurales en la salud, sino también su origen y estructura, algo clave para no quedarnos en medidas paliativas de reducción de daños. Y esto nos enfrenta a dos cuestiones clave: la del poder y la de las desigualdades / inequidades, así como a su construcción histórica, socio-económica, política y cultural en cada contexto local.

En este sentido es muy clarificador como Paul Farmer señala la cuestión de la violencia estructural como un aspecto invisibilizado que es clave incorporar a nuestros análisis: "no es posible tener un debate honesto sobre alcoholismo entre nativos americanos, o sobre adicción a drogas entre afroamericanos, sin abordar la historia de genocidio y esclavismo en Norteamérica. Este comentario suele ser visto como extraño en círculos médicos y de salud pública, en los que los debates sobre abuso de sustancias están desocializados, vistos como problemas personales y psicológicos en vez de sociales. Así, se perpetua la violencia estructural a través de la omisión analítica". ¿Nos atrevemos a incorporar este enfoque en nuestro entorno cuando atendemos a poblaciones históricamente violentadas, como el pueblo gitano o las comunidades migrantes? ¿Y con "nuevas" realidades emergentes, como las casas de juego en barrios populares o la soledad no deseada? ¿Cómo puede transformar este enfoque nuestra acción?

Lo que está claro es que esto nos empuja a abrir el foco: ¿y si identificáramos las relaciones entre violaciones de derechos humanos con los procesos de salud / enfermedad? ¿Y si a partir de este análisis trabajáramos conjuntamente con otros agentes sociales y comunitarios para generar respuestas que pudieran cambiar realmente las condiciones estructurales? No es fácil, eso seguro, pero el impacto de estas cuestiones sobre la salud es tan brutal que... ¿no tendremos que ponernos de una vez a ello?


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