14 ene 2022

Gente haciendo cosas (Levantando la mirada V)

Hay libros que te atrapan y no te sueltan hasta el final. Y hay otros, por el contrario, que te asaltan desde la portada y cuyo planteamiento ya te conecta con ciertas claves. Eso me ha pasado con el último de P. Virno "Sobre la impotencia". Así que no sé lo que da de sí el libro, pero (me/nos) reconozco en esta presentación:

"Las formas de vida contemporáneas están marcadas por la impotencia. Sea que esté en juego un amor sin igual o la lucha contra el trabajo precario, una parálisis frenética aprisiona la acción y el discurso. No se logra hacer aquello que conviene y se desea, y al mismo tiempo no somos capaces de sufrir de manera apropiada los golpes a los que estamos sometidos. Pero allí donde parece haber una falta, (en realidad hay) un exceso de competencias y habilidades. Saboreamos la potencia, pero no la podemos volver acto; situación que genera todo un catálogo de pasiones tristes: arrogancia manchada de abatimiento, timidez descarada, alegría por los naufragios, resignación beligerante, solidaridad refunfuñante."

Hacer cosas, hacemos. Y muchas. Demasiadas. Un ejemplo muy claro es el desbordamiento que se está viviendo actualmente en la Atención Primaria en Salud. Pero esas muchas (demasiadas) cosas no sentimos que respondan a lo que queremos hacer, a aquello para lo que nos hemos formado. No poder hacer "lo nuestro", atrapados en la burocracia como estamos, nos frustra, nos cabrea, nos agota. Y por eso recurrimos al mantra de "dejar de hacer para poder hacer".

Pero también hay otra gente haciendo cosas. Sin ir más lejos, en el centro de salud en el que trabajo algunas personas colgaron hace más de una semana carteles de agradecimiento y ánimo en diferentes puntos. No sé si estos mensajes son de personas que se han preparado y formado para ello, ni si con ellos esperaban grandes, pequeños o nulos cambios. Sé que llevan muchos días puestos sin que muchas los hayamos visto hasta que otras compañeras nos lo señalaron (es lo que tiene andar corriendo todo el día como pollos sin cabeza). Y también sé que al verlos no puedo evitar emocionarme y reconectar con lo que me hace estar ahí, pese a todo, tratando de mantener abierta la puerta de la consulta. 

Hacemos cosas. Todas hacemos cosas. Pero algunas sentimos que dan fruto y otras no. Y frente a la apisonadora que parece pasarnos por encima, frente a tanto malestar y sufrimiento que vemos alrededor, queremos hacer algo diferente, algo que cambie de verdad las cosas, algo que rompa con lo que nos duele tanto. Pero no sabemos qué puede ser. ¿No hay nada que hacer en este sentido? Ese parece el sentir mayoritario.

Uno de los referentes clásicos del activismo social, Saul Alinski, señalaba algunas claves que me parecen importantes. En su libro "Tratado para radicales" comenta algunas experiencias que muestran que la acción transformadora debe ir generándose de manera progresiva. No empezar tratando de abordar grandes objetivos, sino viendo qué es posible hacer con las fuerzas que se tienen, qué logros se pueden conseguir para mostrarnos que somos capaces, la potencia que tenemos, y que al mismo tiempo sirvan para ir desarrollando lazos, vínculos, red a partir de la acción compartida. Por eso hablaba también de que la táctica debía permitir disfrutar a la gente, de manera que la acción a desarrollar fuera reproducida por el mero gusto de hacerla. 

¿No tendrá esto algo que ver con el manoseado "empoderamiento" del que tanto se habla sin concretar muy bien lo que es? En un texto que merece la pena revisar, Nina Wallerstein señalaba que el empoderamiento se mueve a diferentes niveles, y que es clave pasar del individual al comunitario, entendiendo al mismo tiempo las interconexiones que hay entre ambos. De esta manera, el empoderamiento comunitario incluye alcanzar un nivel elevado de empoderamiento psicológico entre los miembros de la comunidad (construida también gracias a esta relación, no como algo preexistente). Pero además se añade un componente de acción política desarrollada por la participación activa del grupo, que a su vez debe llevar a conseguir cierta redistribución de recursos o al desarrollo de la capacidad de decidir por parte de la comunidad o grupo en cuestión.

Esta relación entre el empoderamiento individual y el comunitario, así como el proceso a lo largo del cual se da, lo recoge Christopher Rissel en la siguiente figura: 



Y es a lo largo de este proceso cuando comienza el baile en torno a la cuestión del poder, un baile en el que este se da y se toma al mismo tiempo. El empoderamiento no se realiza desde quienes tienen más recursos/capacidades/conocimientos a quienes no los tienen (como por ejemplo profesionales que quieren "empoderar" al vecindario, aunque sí que pueden ayudar a desarrollar condiciones que faciliten este baile empoderante), pero sí que se relaciona con este eje vertical "arriba/abajo" en el que se representa el poder de quienes tienen mayor estatus sobre quienes tienen menos (el llamado poder-sobre, con diferentes formatos recogidos en la anterior entrada), ya que la organización comunitaria aporta capacidad de resistencia y transformación de las dinámicas que lo sostienen. 

Esta organización comunitaria se construye a su vez a través de un eje horizontal de refuerzo de los lazos comunitarios y la capacidad social protectora. Se van construyendo así, mano a mano, corazón con corazón, otros tipos de poder:
  • Poder-interno, constituido por las capacidades de la propia comunidad, incluyendo el  reconocimiento de valores e intereses compartidos.
  • Poder-con, desarrollado cuando la comunidad actúa con otros agentes o comunidades para alcanzar objetivos concretos.
  • Poder-para, que proviene de la asociación de las capacidades colectivas puestas en juego a través de la acción comunitaria, de manera que permiten desarrollar estructuras y oportunidades que aumentan el control sobre lo que están viviendo.
Hacemos cosas. Todas hacemos cosas. Pero algunas nos conectan con personas y grupos, mientras que otras nos aíslan. Y en el contexto actual abundan estas últimas. No ya solo por la pandemia de distancia y confinamiento de las relaciones sociales, sino también por la parálisis frenética a la que nos lleva el activismo desbordante, sin vínculos con el territorio ni con las personas que lo habitan. Hacemos mucho, demasiado, pero podemos poco, prácticamente nada, si hacemos en soledad. Desde ahí que nuestra capacidad de transformación sea muy limitada.

Hacer en común. Actuar con otras personas y grupos. Descubrir el poder que podemos desarrollar entre nosotras, con otros, para transformar y poder decidir juntas sobre lo que realmente nos importa. Ese es el reto.

Vayamos dando pasos. El primero, en muchos sitios, es encontrarnos, descubrir donde estamos, empezar a hablar y escucharnos. En mi centro de salud algunas vecinas nos han dejado mensajes, nos han dicho "aquí estamos". Gracias. Sabiéndolo, dejo la puerta de la consulta abierta. 







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