"En las sociedades más desiguales del planeta, como Estados Unidos o Gran Bretaña, la incidencia de las enfermedades mentales es tres veces más alta que en el otro extremo de la liga; en estas sociedades también se registra un alto índice de población carcelaria, obesidad, embarazos adolescentes y (¡a pesar de la inmensa riqueza que allí se acumula!) una elevada tasa de mortalidad para todas las clases sociales, incluidos los estratos más altos. Mientras que el nivel general de la salud es por regla más alto en los países más ricos, entre los países de igual riqueza las tasas de mortalidad caen a medida que asciende la igualdad social... Según algunas sorprendentes estadísticas, el aumento de los gastos específicamente vinculados a la salud ha tenido un impacto casi nulo en la expectativa de vida promedio, mientras que el aumento de la desigualdad causa un fortísimo impacto negativo.
La lista de "enfermedades
sociales" que atormentan a las así llamadas "sociedades
desarrolladas" es larga y se extiende cada vez más, a pesar de todos los
esfuerzos en sentido contrario, genuinos o supuestos. Además de las aflicciones
ya mencionadas, contiene ítems como el homicidio, la mortalidad infantil, el aumento
de los problemas mentales y emocionales, y una pronunciada mengua en la
confianza mutua, sin la cual la cohesión y la cooperación sociales son
inconcebibles. En todos los casos, los guarismos se vuelven menos alarmantes a
medida que pasamos de sociedades más a menos desiguales; algunas diferencias
entre las sociedades de alta desigualdad y baja desigualdad son verdaderamente
abrumadoras. Estados Unidos está primero en la liga de la desigualdad, y Japón está
último. En Estados Unidos, casi 500 de cada 100 mil personas están en la
cárcel; en Japón, menos de 50. En Estados Unidos, de cada 1.000 mujeres de
entre 15 y 16 años, más de 50 están embarazadas; en Japón, apenas tres. Más de
un cuarto de la población estadounidense padece enfermedades mentales; en
Japón, alrededor del 7%. En Japón, España, Italia y Alemania, países con una
distribución de la riqueza relativamente más igualitaria, una de cada diez
personas reporta un problema de salud mental, en contraste con países más
desiguales, como Gran Bretaña, Australia, Nueva Zelanda o Canadá, donde estos
problemas afectan a una de cada cinco personas.
Éstas son meras
estadísticas: sumas, promedios y sus correlaciones. Dicen poco de las
conexiones causales que se ocultan tras las correlaciones. Sin embargo,
aguijonean la imaginación. Y dan el alerta. Apelan a la conciencia tanto como a
los instintos de supervivencia. Ponen en tela de juicio nuestra apatía ética o
indiferencia moral, ya demasiado extendidas; pero también muestran, más allá de
toda duda razonable, el grosero dislate que subyace a la idea según la cual la
búsqueda de la felicidad y la buena vida es un asunto autorreferencial que cada
individuo debe llevar a cabo por su cuenta: dejan en claro que la
esperanza del "yo puedo solo" es un error fatal que pone en jaque el
propósito de cuidarse y preocuparse por uno mismo. No podemos acercarnos a ese
propósito mientras nos distanciamos de los infortunios que afectan a los
demás."
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