30 nov 2011

Vida en precario

Uno de esos textos que por si claridad se hacen necesarios para entender los momentos y lugares que habitamos, y el efecto que eso produce en nuestros cuerpos. Extraído del libro "Nuevos feminismos. Sentidos comunes en la dispersión", de Silvia L. Gil.

"Las herramientas críticas que en su momento fueron lanzadas contra el capital (romper con la norma, ser único y singular, diferente, autónomo o disfrutar de una sexualidad abierta) se han convertido en parte de los dispositivos de dominio social. Hoy el poder ha hecho suya la consigna que afi rmaba la necesidad de liberarse de toda estructura y atadura. Así, estos elementos han dejado de constituir nombres de resistencias y han pasado a ser propiedad del capital, de los mercados y de una forma de vida que, paradójicamente, es elegida e impuesta al mismo tiempo. El control ya no pasa por la sujeción disciplinaria de los cuerpos, sino por la exigencia de liberación de toda estructura, la adaptación a los cambios, la flexibilidad y la invención creativa y autónoma «de sí». Las diferencias no son negadas sino movilizadas, los imprevistos no son acontecimientos sino lo reescrito en la realidad, la transgresión ya no comporta una excepción, sino una parte posible de la vida. 

Uno de los efectos de este giro es que la fragilidad, la vulnerabilidad, la contingencia, la precariedad de los lazos que nos unen a las cosas y a las personas, se ha hecho más evidente que nunca. Mien-tras que la disciplina conseguía fi jar la fragilidad y la inestabilidad a las grandes instituciones de poder (la familia, la heterosexualidad, la escuela, la cárcel, el manicomio, el ejército, etc.), en la actualidad de lo que se trata es de hacerla afl orar al máximo. Hacer del cuerpo, la salud, la enfermedad, la vejez, el paso del tiempo o la muerte un tema y un posible nuevo campo abierto a la penetración de los mer-cados. La conexión del capital con la condición existencial del ser humano como un ser vulnerable (con un cuerpo, mortal) y carente de una ese-ncia que lo determine a priori (es decir, atravesado por el deseo y la capacidad de inventarse constantemente, por la potencia de ser) está teniendo enormes consecuencias sobre el conjunto de la vida. 

La primera de ellas es la mercantilización de todos los posibles. Resulta muy difícil imaginar un escenario ajeno a los mercados porque los deseos son copados y movilizados por el propio capital: no existe un afuera al que huir, un lugar libre e incontaminado. Como afirma Marina Garcés, todos los posibles están a la vista, paradójicamente, para confirmar un único mundo, éste y no otro. De ahí se sigue que uno de los retos sea justamente el de forzar nuevos imaginarios capaces de desbloquear la identificación absoluta entre el tiempo presente y el futuro posible. 

También nos encontramos con una tendencia creciente a la privatización absoluta de la existencia: liberarse de las estructuras de poder ha signifi  cado liberarse también de los otros, de tal modo que el deseo de ser libre se ha traducido en el deseo de independencia y negación de la necesidad de los otros, lo cual ha pasado a ser considerado un valor positivo. El nuevo ideal de independencia y autonomía personal se ha convertido en un modelo en el que no entran otras posibles formas de organización de la vida más colectivas o preocupadas por lo común. Sin embargo, este modelo se sostiene sobre la falacia de que no necesitamos a los demás, es decir, negando la vulnerabilidad y la interdependencia que se da entre seres humanos y que tanto se ha criticado históricamente desde el feminismo, puesto que consti-tuye la base para la invisibilización del trabajo de cuidados; analiza-remos la fuerza de esta crítica en el próximo capítulo. 

En tercer lugar asistimos a un retroceso fuertísimo en materia de derechos sociales que afecta a todos los ámbitos de la vida (laboral, educación, sanidad, vivienda, cuidados) y que se combina con la privatización de la existencia: en la medida en que existe la idea de que la vida es un proyecto individual, los derechos dejan de ser una cuestión social y se convierten en una batalla a conquistar de manera personal. De este modo, el desarme de la vida pública, de lo común, es el hueco por el que se cuelan nuevas formas de explotación y discriminación, sin que exista apenas capacidad de respuesta más allá del mero gesto individual. 

Y en último lugar, asistimos a la aparición de nuevas enfermedades relacionadas con los estado anímicos que estos fenómenos producen: ansiedad, depresión, apatía, insomnio, estrés o fobias que ponen en evidencia la tensión a la que es sometida el cuerpo, que flaquea entre las exigencias de inventarse una vida a la altura de la competitividad impuesta por el capital y los ideales construidos en torno a la autonomía personal y lo que constituye el éxito social. Ser libre dentro de un marco defi nido previamente, habitar la soledad que impone el estilo de vida necesario para responder a las exigencias sociales, «apechugar» con la vulneración de derechos y vivir con la apatía creciente ante la convicción de que «nada se puede cambiar»,
son experiencias que forman parte del cotidiano de miles de personas en nuestros días. Las nuevas «enfermedades del alma» deben ser analizadas como expresiones sintomáticas de una sociedad que enfer-ma de insostenible.

(...)
En este contexto en el que lo contingente y lo precario se han convertido en norma, en imperativo y en condición asfi xiante de nuestra vida, afi rmar la inestabilidad de ese nosotros y las diferencias no hace más que ahondar en la brecha abierta por el capitalismo globalizado y dejarnos sin respuestas. El camino que se dibuja en este sentido sigue una dirección opuesta: no tanto la búsqueda de las diferencias y lo que nos separa como la búsqueda de lo común y lo que nos une, no partir de lo que somos sino partir de lo que podemos ser. No tanto la independencia como lo que rememora la interdependencia y los lazos (por reinventar) con los otros. Un común que ya no se basa en la identidad o en las esencias, sino en lo construido a partir de situaciones compartidas y de luchas que son capaces de conectar con un sentimiento general más amplio, encontrar en la vida de uno ecos de la vida de otros. Un resorte por el que no se eliminan las diferencias, ya que lo común no está hecho de lo Uno, sino de lo singular. Como dice Paolo Virno «aquí resulta claro que la multitud no se desembaraza del Uno, es decir de lo universal, de lo común/compartido, sino que lo redetermina»."

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