Pocas veces nos paramos a revisar lo que cada uno colocamos detrás del termino salud. Hay diferentes deficiones formales que facilitan un marco general, como la de la OMS que se mantiene como referente pese al constante debate generado en torno a ella: "estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades". Son precisamente algunos de los reproches que se hacen a esta definición, al ser tachada de utópica y subjetiva, los que indican algunas claves fundamentales por las que este término sigue siendo tan importante. Porque sí, la salud no deja de ser una utopía, un anhelo, una búsqueda de mejoría en determinadas dimensiones de la existencia, y al mismo tiempo tiene una dimensión irrenunciablemente subjetiva. Por más que nos empeñemos, la salud no es solo lo que dictamos lxs profesionales sanitarixs, sino que su significado se construye a partir de las experiencias y claves vitales de cada persona y colectivo. Esto da lugar a diferentes ideas y culturas de la salud, aunque muchas veces no nos resulta fácil percibirlo ya que en el ámbito profesional cuesta salir de la "dictadura del experto", en la que es éste el que difunde su saber acallando el de las personas legas, y en el personal nuestras relaciones suelen ser en general con gentes que pertenecen a nuestro mismo grupo social y cultural, y por tanto con unas pautas similares de cara a la construcción de la idea de salud.
Pero esto pasa así en todos los grupos sociales: las experiencias comunes y la cultura que se desarrolla a partir de éstas marcan una percepción compartida del mundo en todas sus dimensiones, con matices personales siempre, pero también con una matriz común que permite el reconocimiento y el diálogo mutuo. Esto es algo que va más allá de los agrupamientos étnicos y raciales. Por supuesto que la cultura gitana, árabe, latina, etc., contienen elementos propios y diferenciados, pero también los tienen otras identificaciones colectivas posibles: la gente "de barrio", "los de abajo", "los invisibles", "el Cuarto Mundo"... ¿Cómo se entiende la salud y el bienestar desde estos lugares sociales? Y, a partir de este enfoque, ¿qué recursos potencian su cuidado?
A esto se añade otro problema. Además de que se parte de una idea de salud genérica sin explorar qué entienden lxs habitualmente excludixs en este sentido y qué les moviliza a actuar de cara a su cuidado, en muchas ocasiones el trabajo con estos colectivos se acompaña de un etiquetado como "vulnerables" que potencia la identificación de agentes externos como únicos posibles "activos en salud", mientras que invisibiliza los que existen dentro de sus propias redes de apoyo y cuidado.
Pero esto pasa así en todos los grupos sociales: las experiencias comunes y la cultura que se desarrolla a partir de éstas marcan una percepción compartida del mundo en todas sus dimensiones, con matices personales siempre, pero también con una matriz común que permite el reconocimiento y el diálogo mutuo. Esto es algo que va más allá de los agrupamientos étnicos y raciales. Por supuesto que la cultura gitana, árabe, latina, etc., contienen elementos propios y diferenciados, pero también los tienen otras identificaciones colectivas posibles: la gente "de barrio", "los de abajo", "los invisibles", "el Cuarto Mundo"... ¿Cómo se entiende la salud y el bienestar desde estos lugares sociales? Y, a partir de este enfoque, ¿qué recursos potencian su cuidado?
A esto se añade otro problema. Además de que se parte de una idea de salud genérica sin explorar qué entienden lxs habitualmente excludixs en este sentido y qué les moviliza a actuar de cara a su cuidado, en muchas ocasiones el trabajo con estos colectivos se acompaña de un etiquetado como "vulnerables" que potencia la identificación de agentes externos como únicos posibles "activos en salud", mientras que invisibiliza los que existen dentro de sus propias redes de apoyo y cuidado.
Sin embargo, esta idea es engañosa y puede llevarnos a muchas equivocaciones. Quienes viven en pobreza no cesan de poner en juego todos los recursos biológicos, materiales, psicosociales y culturales de los que disponen para tratar de salir adelante y construir salud. Son esos Recursos Generales de Resistencia (de resistencia saben mucho quienes viven en extrema pobreza) que planteaba Antonovsky en su modelo salutogénico, y que se complementan con la capacidad de usar estos recursos (Sentido de la Coherencia), basada en la capacidad de comprender lo que pasa, ser consciente de las habilidades que se tienen y tener capacidad para convertir lo que se hace en satisfactorio para la propia vida.
En este punto es interesante recordar la diferencia entre recurso y activo en salud. Porque ambos favorecen y capacitan para la producción de ésta, pero el activo es identificado y utilizado en este sentido, mientras que el recurso puede quedar al margen, usarse o no (o incluso, añado yo, ser utilizado pero sin que se reconozca su contribución a la salud).
Desde mi punto de vista, este el principial problema que tienen las estrategias y prácticas de cuidados de quienes habitan los márgenes: los recursos que movilizan en función de sus prioridades generalmente no son reconocidos como tales, e incluso en muchas ocasiones se censuran o marcan como inadecuados, sin entrar a analizar el sentido que tienen dentro de un esquema vital construido a partir de una experiencia constante de falta de reconocimiento, exclusión y carencias materiales.
Así, para quien el principal pilar de la salud es mantener a su familia unida (algo que no es nada loco, ya que va en la línea de lo que plantea Marmot al señalar la importancia de las redes de apoyo como determinante de la salud, tanto más en situación de exclusión social), sentir de manera frecuente el juicio de diferentes profesionales sobre ella, junto con el peligro de que alguien decida que lo mejor es separar a lxs menores de su entorno familiar, será vivido como el principal riesgo a prevenir. Pero el que en un caso así, por ejemplo, una madre decida quitar ella misma la escayola a su hijo y no llevarle a revisión porque en la visita a Urgencias en la que se la pusieron le dejaron bien claro que sospechaban que pudiera haber malos tratos, enseguida es señalado como inapropiado e irresponsable. Sin embargo, hay una reflexión detrás de este comportamiento, basada en la constatación a partir de la propia experiencia o de gente cercana de que la separación de un menor de sus progenitores nunca es una buena noticia y puede tener consecuencias muy negativas tanto en pequeñxs como en mayores. Hay un sentido, un porqué movilizador de esos recursos de resistencia que no nos atrevemos nunca a identificar como activos porque van en contra del sentido común institucionalizado. Ni siquiera quienes los utilizan podrán reconocerlos como tales si no es en el marco de relaciones de confianza que permitan un análisis de la situación honesto y en profundidad. En este contexto podrían señalar que cuidar la salud es resistir frente a las amenazas.
Muchas veces podemos tener la sensación de que hay personas encerradas en el círculo de la pobreza por no saber tomar nunca las decisiones correctas, por no saber administrar los tiempos y los pasos que hay que dar para salir adelante. Pero de nuevo nos faltan elementos para poder entender el sentido de sus trayectorias. Es difícil valorar en la distancia acciones que son empujadas muchas veces desde la urgencia, pero no sólo por resolver situaciones de emergencia, sino también por la necesidad de no abandonarse a la desesperanza. Porque sólo es posible seguir resistiendo sin agotarse cuando te sientes capaz de actuar, avanzar hacia un horizonte diferente, encontrar una línea de fuga frente al dolor y la impotencia que encierran y matan. Así, las manos buscan clavos ardiendo a los que poder aferrarse y los problemas se solucionan en falso, no por ignorancia ni estupidez, sino porque cuando las opciones son tan limitadas, se apuesta por las que al menos permitan respirar y mirar adelante, aunque sea en precario. Porque cuidar la salud es reconstruir constantemente la esperanza de cambio.
Permanentemente quienes viven en pobreza se encuentran con mensajes que remarcan su incapacidad y su mala cabeza para tomar decisiones. Les llueven de diferentes maneras los "tú lo que tienes que haces es...". Se les empuja a no utilizar sus recursos y capacidades, a bloquear o al menos esconder algunos activos en salud que pueden tener identificados como tales, pero que otrxs con un conocimiento más legitimado y mayor autoridad no reconocen ni valoran, si no es que los ven como amenazas. Luego se les echa en cara que no se hacen cargo de su vida, de sus responsabilidades. Pero si no les tratamos como personas adultas y capaces de dar un sentido a lo que hacen, comprendiendo lo que les pasa y actuando en consecuencia teniendo en cuenta sus capacidades y limitaciones, no les quedará otra que seguir cuidando de su salud y la de los suyos en las periferias que dejemos libres de intervenciones profesionales.
El problema es que así no es posible el encuentro entre unos y otras, y seguiremos moviéndonos en mundos paralelos con cruces ocasionales que no dejarán de ser bailes de máscaras. Pero cuidar la salud es sostener la vida, sin excepción, la de todas y todos. Y eso sólo es posible a partir de una dinámica de encuentro y diálogo a largo plazo, en la que se afiance la confianza, la comprensión y el respeto mutuo. Ese es el reto a construir: un sentido de la coherencia compartido que nos permita poner en juego todos los activos personales, colectivos e institucionales hacia un un mismo horizonte de salud común.
Imagen extraida de la web de eme3
Salud, Pobreza y Cuidados (I): Empecemos a hablar
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La definición de la OMS más bien marcó el inicio de la medicalización
ResponderEliminarEl valor instrumental que le otorguemos al activo o al recurso seria la diferencia
La resiliencia frente a los dramas, exclusiones o problemas modula esos recursos generales de resistencia o de oportunidad de cambio
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