27 mar 2016

Salud, Pobreza y Cuidados (III): Hay muchas maneras de abandonar a alguien

"¿Por qué no quieren a nuestros hijos?"

Esto nos preguntaba una mujer gitana rumana en un taller de salud que realizamos en Cañada Real hace ya unos años. Se me quedó grabada esta pregunta, que luego explicaba, junto con otras compañeras suyas, a través del relato de su tránsito vital compartido: habiéndose movido por toda Europa, en todos los lugares encontraban que lxs profesionales sanitarios eran de lxs primerxs en acercarse, pero siempre lo hacían con un objetivo claro bajo el brazo (aunque pudiera haber otros acompañantes): el control de la natalidad.

Otra mujer, esta española, madre de cinco hijxs, me contaba también que tan solo fue a hacerse los controles del embarazo con lxs dos primerxs. Luego, las broncas continuas de su tocólogo y su insistencia en que no debía tener más hijxs, acusándola de irresponsable si no seguía sus consejos, la hicieron abandonar la consulta para no volver más. ¿La razón de la insistencia del médico? Los bajos ingresos, la poca estabilidad vital, la acumulación de problemas en el ámbito familiar... La pobreza, vaya.

"¿Por qué no quieren a nuestros hijos?"

Cada vez se va a abriendo más paso un enfoque de la medicina que quiere ir más allá del abordaje de la enfermedad, buscando cómo construir salud de otros modos y maneras, con otras herramientas. Cada vez se habla más de activos en salud, salutogenésis, participación...

Pero, como ocurre en muchos otros ámbitos, hay colectivos que quedan fuera. Una vez más, y siempre, fuera. Así, quienes viven en situación de pobreza y exclusión social siguen viéndose encerradxs en un enfoque preventivista que les marca como "población vulnerable" o "en riesgo", realizando diagnósticos externos de sus necesidades y carencias y aportando soluciones siempre portadas por profesionales y expertos que aterrizan con más o menos medios, pero casi siempre sin contar con el conocimiento y las capacidades de los colectivos a los que van a "atender". En estos casos - que desafortunadamente abundan - estrategias en principio orientadas a mejorar la salud de las poblaciones excluidas y promover su autonomía fallan en su objetivo y transmutan en formas de control social.


Hablaba en entradas anteriores de la importancia de potenciar la capacidad de las personas para tomar las riendas de su vida, para poder incidir en la realidad que les rodea y para tejer relaciones de apoyo mutuo. Sin embargo, las intervenciones, a nivel micro y a nivel macro, con personas y coletivos "vulnerables" caminan frecuentemente en dirección opuesta: generan dependencia, estigmatizan y aislan del resto de la sociedad. Un ejemplo claro en este sentido son los diferentes recursos de atención a personas con drogodependencia, que no son bienvenidos en ningún vecindario y marcan a quienes allí acuden, donde la atención a quienes viven en mayor precariedad tiende a cronificarse sin más objetivo que el control de riesgos y prevención de problemas derivados por el consumo. Partiendo de la buena premisa de querer ofrecer servicios adapatados y accesibles para quienes habitan los márgenes, al final se terminan generando dinámicas realmente marginales, que aumentan la espiral de invisibilización, impotencia y rechazo que vienen sufriendo.

Pero no podemos echar toda la responsabilidad sobre estos servicios de atención "especializados". Si existen es porque los lugares comunes, aquellos en principio abiertos y accesibles a todxs, están sembrados de barreras, trabas y juicios de los que muchas veces no somos conscientes: los protocolos de visita hechos a medida de los profesionales, que no entienden que hay situaciones en las que pedir una cita y adecuarse a ese horario implica un nivel de organización vital que cuando se está en gran precariedad es difícil sostener ("Cada día salgo de casa pensando en qué puedo hacer para conseguir llenar el plato de la cena de mis hijos"); las preguntas y exploraciones que pueden levantar sospechas en quienes están acostumbradxs a que se les inspeccionen todos sus comportamientos y faltas ("Mi hijo se hizo un moratón y enseguida estaban mirando a ver si le habíamos pegado"); los tratamientos y cuidados que terminan viviéndose como exigencia y prueba de capacidad que hay que superar ("Tenemos que comprar la vacuna que nos ha dicho la pediatra, aunque es muy cara, así verán que cuidamos bien al niño y no nos lo quitarán").

Una amiga que ha vivido durante muchos años en situación muy precaria me lo explicaba claramente: "A veces parecen más policías que gente que te ayuda. Hay que ser valiente para ir al médico."

Queremos curar y acompañar hacia la salud, pero en muchas ocasiones enfermamos de impotencia y miedo a quienes viven en condiciones más difíciles. Ni siquiera somos muy conscientes, llevadxs en volandas de una atención sanitaria que tiende a individualizar problemas que tienen causas mucho más complejas y colectivas. Pero es más fácil señalar a quien tenemos enfrente como único causante de lo que le pasa, descargando responsabilidades en sus estilos de vida (planteados estos "estilos" como decisiones libres o, mejor dicho, "al libre albedrío"), siempre inadecuados en el caso de quienes viven en pobreza, razones para echarles encima culpas y estigmas. Reconocer la responsabilidad colectiva que todxs tenemos respecto a lo que les toca vivir y luchar cada día es complejo y, sobre todo, incómodo.

"Si no me hace caso en lo que le digo y no sigue mis indicaciones, yo no puedo hacer más por usted".

Hay muchas maneras de abandonar a alguien. Y una de ellas es esta: señalar al otro como "incapaz", "incumplidor" o "no colaborador", renunciando a buscar juntxs responsabilidades y pasos a dar en común para enfrentar los problemas. Dándole por perdido señalándole al mismo tiempo como culpable.

Lo malo es que estos abandonos marcan a fuego el signo de la marginalidad y la exclusión, tan difícil de quitar. Más aún con servicios que no hacen más que ahondar en las heridas y fragilidades, ciegos a capacidades que sí, cuesta reconocer, pero sobre todo por no tener la mirada aconstumbrada a mirar bajo esa lente.

Hay muchas maneras de abandonar a alguien. Pero también de sostenernos mutuamente y asumir nuestra fragilidad compartida. Es cuestión de elegir, y está en nuestra mano. Es nuestra responsabilidad. Asumámosla.




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Salud, Pobreza y Cuidados (I): Empecemos a hablar

Salud, Pobreza y Cuidados (II): Cuando no se puede, no se puede 

3 comentarios:

  1. Enhorabuena por estas reflexiones Dani, que aunque las conocemos desde la teoría, muchas veces tienen que recordarnoslas: ojo con la faceta biopolitica de la medicina!
    Un abrazo
    Javier Segura

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  2. La pobreza y la exclusión es de lo que más determina la salud y desiguala negativamente los hábitos y estilos de vida sanos.
    Y encima soportan nuestras etiquetas.
    Realmete incapaz es aquel profesional que no rinde, se motiva o no da todo su potencial. Es para reubicar fuera de la provisión de salud

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  3. La pobreza y la exclusión es de lo que más determina la salud y desiguala negativamente los hábitos y estilos de vida sanos.
    Y encima soportan nuestras etiquetas.
    Realmete incapaz es aquel profesional que no rinde, se motiva o no da todo su potencial. Es para reubicar fuera de la provisión de salud

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