13 dic 2015

Las amistades peligrosas

Terminaba el post anterior señalando una frase que me parece especialmente importante cuando hablamos de promover la participación comunitaria, porque creo que señala un aspecto que nos afecta de una manera de la que no terminamos de ser muy conscientes desde el mundo profesional: "Para que alguien gane poder, otro lo tiene que perder".

Desde hace un tiempo participo, en la medida en la que puedo, en el colectivo "Invisibles de Tetuán". Un espacio en el que se ha trabajado siempre en clave de apoyo mutuo y de acompañamiento a las personas en sus procesos para demandar apoyos, especialmente en relación con los Servicios Sociales. Eso ha generado desde el principio mucha tensión por parte de los/as trabajadoras/es sociales, que denuncian que se han sentido "presionados" y "coaccionados", además de que estos acompañamientos potenciaban la desconfianza hacia ellos. Esto ha dado pie incluso a una denuncia sindical, (“CCOO solicita parar inmediatamente las agresiones y acosos al personal de Servicios Sociales“) llena de falsedades, que tuvo su consiguiente contrareplica ("¿Acoso o defensa de las víctimas?"), creo yo que bastante clarificadora.

Esta situación me ha recordado muchas ocasiones en las que algunas personas en situación muy difícil me han pedido que las acompañe en alguna cita con Servicios Sociales: "A veces no estoy segura de haber entendido lo que me dicen, y no me atrevo a preguntar. O se me olvidan cosas que quiero decir o preguntar, si viene alguien conmigo me lo puede recordar". Pero no es esta la única razón de esta petición: "Es que cuando venís alguien conmigo me tratan de otra manera". Y, efectivamente, desde el momento en el que cruzas la puerta se hace evidente que la presencia de un/a acompañante no es bien recibida. En ocasiones el hecho de haberme presentado como médico o como miembro de una asociación ha servido para relajar un poco el ambiente, como si el sentir que el acompañante forma parte también del mundillo de la "intervención" diera seguridad y legitimidad a la presencia de este "cuerpo extraño".

Terrible sistema este en el que se promueve la soledad y el aislamiento, la impotencia frente a la administración, y se ve como amenaza la solidaridad y el apoyo mutuo. Pero es cierto, cuando las personas somos capaces de unir nuestras manos y nuestras inteligencias, de apostar en común, las estructuras de poder quedan desnudas y se pueden resquebrajar. Tienen razón en tener miedo.

Eso sí, no creamos que esto es algo que solo afecta a Servicios Sociales. En este campo el tema es especialmente sangrante, ya que el desequilibro de poder es más evidente entre quien acude pidiendo ayuda, en situación de necesidad y vulnerabilidad, y quién la otorga, junto con los mecanismos de control social que incorpora.

Pero esto mismo ocurre en el sistema sanitario. Recuerdo un taller de salud con mujeres gitanas rumanas que hicimos hace algunos años en Cañada Real. Durante cinco sesiones fuimos trabajando sobre lo que ellas consideraban prioridades en salud y enfermedad, abordando también los problemas que podían surgir con los/as profesionales sanitarios/as. En un momento dado, en la tercera sesión, hablando de salud reproductiva, de repente se organizó una discusión que terminó con una de ellas tomando la palabra delante de las sanitarias que allí estábamos: "Hemos viajado por muchos países de Europa, y en todos ellos lo primero que hacen los médicos es venir a decirnos que no podemos tener más hijos, que tenemos que usar anticonceptivos, y si puede ser de los que duran mucho tiempo, mejor. ¿Por qué no quieren a nuestros hijos? ¿Por qué no podemos tenerlos? ¿Por qué no podemos decidir nosotras? Parece que es lo único que os interesa, que no tengamos más hijos, no nos hablan de otra cosa". Comentábamos después el contraste entre esta toma de palabra tras un diálogo colectivo frente a lo que se escucha cuando se habla con ellas una a una en un diálogo individual, donde el discurso es otro. No se trata de decir en cuál de estos dos momentos se está más cerca de la realidad. Lo que me parece clave es descubrir cómo desde un espacio grupal, de reconocimiento mutuo, es posible enfrentarse a quién ocupa una jerarquía más alta y decir cosas que habitualmente quedan ocultas.

Por eso creo que debemos ser conscientes de lo que supone decir(nos) que apostamos por lo comunitario. ¿Estamos dispuestos a perder poder para que otros lo ganen y construir mano a mano a partir de ahí? Cuidado que no valen respuestas fáciles ni voluntaristas, que nos han formado para lo contrario...

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