Un nuevo ejemplo de sabiduría reflexiva a cargo de J. Irigoyen, señalando los efectos perversos y simplificadores del lugar privilegiado que ocupan los ordenadores en las consultas:
"El ordenador adquiere una preponderancia casi insólita. La acción de
registrar se sobrepone a todas las demás. La pantalla termina por
desplazar al enfermo como fuente de información. La conversación, las
narraciones del paciente y su cuerpo se subordinan ante la información
registrada. Esta es el punto de referencia que constituye los sentidos
de la consulta. Así, cada episodio contribuye a conformar una serie, que
se transforma en la fuente principal de la valoración. Eso es lo que
queda para el siguiente encuentro, es lo sólido.
En el caso de
los enfermos diabéticos, la vida cotidiana permanece en estado de
hibernación, aunque en esta se sucedan acontecimientos y mutaciones que
alteran la primera versión, que remite a la elaboración de la historia y
acompañan al diagnóstico inicial. Sólo cuando se producen crisis
importantes, la vida puede ser apelada parcialmente. Pero lo que se
registra, que es el resultado de las pruebas, es lo dominante y lo que
es objeto de problematización. Así se construye una barrera entre el
profesional y el paciente, inevitablemente escéptico.
De este
modo el médico va constituyendo una mirada descentrada sobre el proceso
del paciente. La vida de este conforma una cadena de
microacontecimientos difícilmente verbalizables, que se transforman en
señales inaudibles para los profesionales, focalizados en los datos
registrados en la serie mecanizada. La vida permanece congelada en la
primera versión, que nunca es reelaborada aún a pesar de que se hayan
producido terremotos en la vida.
El paciente es así desposeído
de su espesor, y su vida es relegada de facto por este misterioso
sistema industrial de producción de datos, en el que lo registrado viaja
a velocidad de vértigo por los canales informáticos, en tanto que el
cuerpo, la vida, el nivel de comunicación con el médico, así como la
definición del mismo acerca de la realidad del paciente, evolucionan
lentamente. Este desencuentro produce resultados empobrecedores. Me
gusta denominarlo como “las iatrogenias del registro”. En las próximas
entradas volveré a esta delicada cuestión de los efectos perversos de la
aceleración."
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