Para llegar a sentarse en una consulta con el fonendo a cuestas hay que formarse durante muchos años en la universidad. El problema es que esta formación se basa demasiado en los libros y ofrece un refugio en la teoría que éstos brindan que termina dificultando el salto a la consulta real y concreta. Eso hace que ya con el título de licenciad@ en la mano sea necesario un tiempo también largo de formación más concreta y cercana a la realidad de la especialidad que cada un@ elija.
Esto no dejar de ser un reconocimiento de las carencias de la formación universitaria. En 6 años en la universidad debería dar tiempo a poder avanzar más en la formación de los futuros profesionales. Sin embargo, este paso por la institución universitaria durante un periodo tan largo, aunque flaquea en este sentido, no lo hace en otro quizás más importante en cuanto al estatus médico en la sociedad: avala al licenciado como alguien que ha realizado un gran esfuerzo por obtener el máximo de conocimientos posibles en su campo, distanciándolo así del resto de población sin formación sanitaria. Luego ya se corregirán los pequeños desajustes formativos a nivel práctico, pero por de pronto se refrenda su capacidad en cuanto a los conocimientos teóricos y se le otorga el lugar social que le corresponde.
Esto marca, tanto al profesional, que después de tantos años de formación puede tener dificultades para aceptar otras visiones diferentes de la recibida en la universidad, como a la propia concepción social sobre quién sabe y quién no sabe. Sabe el que estudia, y el que no es un ignorante.
Sin embargo, al acercarnos a personas que viven en situación de exclusión social, descubrimos que ignoramos mucho de su mundo, de su realidad. Y frente a esto surge el resorte de volverse de nuevo hacia la institución universitaria para que nos ilumine con sus conocimientos, volcados en libros, estudios, investigaciones...
Porque tras tanto tiempo de (de)formación, cuesta trabajo reconocer los diferentes tipos de conocimiento que cada un@ puede aportar. Desde la universidad y l@s formad@s en ella se puede ofrecer una gran riqueza de conocimiento, pero éste tiene sus límites.
En el campo de la exclusión social, la pobreza, la inmigración... es necesario aprender a reconocer y dar el valor que tiene al conocimiento de aquell@s que viven esa realidad en primera persona. Un conocimiento anclado en su propia experiencia, en la herencia recibida de sus antepasad@s, en su propia cultura, en su propia manera de ver y entender la vida, en la reflexión que son capaces de elaborar a partir de todo ésto... Y este conocimiento avanza si se pone en diálogo con otr@s que viven situaciones semejantes y también con l@s que vienen de otros espacios sociales muy diferentes.
Por supuesto que este conocimiento que surge de la vida tiene también sus límites. Pero no están tan cerrados como solemos reconocer. Lo que pasa es que crear las condiciones que permitan dialogar estos diferentes tipos de conocimiento que provienen de fuentes tan diferentes no es fácil.
Pero tampoco imposible. Habrá que esforzarse por hibridar, por mezclar, por dialogar entre l@s diferentes para de verdad poder avanzar junt@s...
Para profundizar en los diferentes tipos de conocimientos, merece la pena leer los siguientes textos de Joseph Wresinski.
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