Ya hace tiempo que no paso consulta, así que
admito que puedo ir quedando desfasado y lejano a la realidad de la misma. Así,
yo creía que la prescripción por principio activo era ya un hecho del que no se
podía escapar, por mucho que todavía queden en muchos profesionales resquemores
hacia los genéricos y añoranzas a las marcas “de fantasía”. Sin embargo,
acompañando hoy a una persona con muy limitados recursos económicos, me he
llevado la sorpresa de ver como salía de la consulta con tres recetas “de
fantasía”, aunque se trataba de medicamentos que es posible encontrar en las
farmacias bajo su formulación genérica.
La verdad es que me da rabia seguir
constatando cómo l@s médic@s seguimos siendo presa de las farmacéuticas.
Seguimos guardando en la memoria viejas (y manipuladas) historias sobre las
incapacidades de los genéricos y la bondades de “las marcas”, así como de los
diferentes presentes recibidos, como comidas, inscripciones en congresos, o
incluso cosas más sencillas como los cientos de objetos de papelería que se
agolpan en las mesas de las consultas.
Pero más allá de eso, me duele seguir
constatando la insensibilidad y el desconocimiento sobre lo que viven las personas
en situación de pobreza. Porque cuando el dinero escasea tanto que comer cada
día se convierte en un reto (y eso le pasa a más gente de la creemos en nuestro
país), pagar uno o dos euros más por el mismo medicamento no es una minucia.
Desde el otro lado de la mesa podemos creer que es “casi” lo mismo, que la
diferencia es poca, pero ¿qué sabemos nosotr@s sobre las dificultades para
salir adelante cuando se vive en la pobreza?
Porque además, en nuestro sistema apunta hacia
la universalidad, a las personas reconocidas como “sin recursos económicos” se
las aplica el mismo porcentaje de pago de los medicamentos que a las que
reciben un sueldo (salvo que sean pensionistas, claro está). Pero de nuevo este
porcentaje no supone lo mismo para quién cobra
2000 euros o más que para una familia en la que el único ingreso es una Renta Mínima de
Inserción de 532 euros.
Si a esto le unimos el gradiente social de
muchas enfermedades, entre ellas algunas crónicas, que por ejemplo hace que el
riesgo de padecer diabetes sea mayor entre las personas de un menor nivel
socio-económico, tenemos un panorama según el cual viviendo en la pobreza es
más posible enfermar y necesitar más medicamentos, y habrá que dedicar un
porcentaje mayor de los ingresos que se tengan al pago de las medicinas
necesarias.
De esta manera, en vez de intentar revertir la
desigualdad existente a la hora de enfermar y las consecuencias que esto tiene,
agudizamos las dificultades a superar por parte de quienes terminan recibiendo
siempre más golpes a todos los niveles: económico, social, sanitario…
Y encima la cosa parece que puede ir a peor en
un futuro cercano…
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