Una familia, marcada por su situación de pobreza y exclusión, cuya vida y miserias son conocidas por los diferentes profesionales que les siguen desde hace años en el centro de salud, acude de nuevo a este, pero con la ira por bandera tras haber pasado por el mal trago de ver a la más pequeña de ellos, de 3 meses de edad, luchando por mejorar en las Urgencias Hospitalarias de una bronquiolitis que la dejó bastante tocada.
Hasta ahora la relación con el centro de salud había sido bastante buena, de hecho los profesionales de éste fueron los únicos que defendieron a la familia para que no les quitaran la tutela de los niños. ¿Qué es lo que ha pasado entonces para desembocar en esta escena de acusaciones y enfrentamiento que termina con la aparición de la policia? Antes de ir a Urgencias, la madre llevó a la pequeña a su pediatra de cabecera, llegando en un momento de saturación y agobio que hizo que, según la familia, la pediatra ni mirara a la niña, sino que simplemente le dio un aerosol y ya está. Unas cuantas horas después, la abuela se da cuenta de que la niña casi no reacciona y tiene los labios blanquecinos. Corriendo a Urgencias, donde refuerzan la gravedad del asunto.
De poco vale intentar explicar que los médicos también podemos equivocarnos, y más si no tenemos casi tiempo para atender a la gente o si tenemos un turno de 9 a 17 h, como era el caso de esta pediatra; tampoco parece convencer el argumento de que la medicina no tiene solución para todo, que no lo puede controlar todo, y que lo que parece algo leve en un momento determinado puede progresar rapidamente a algo más grave, sin que se pudiera preveer; recordar la historia previa positiva que ha habido con esta pediatra poco aporta... Lo que hay ahora mismo es la rabia que nace del miedo al que se han enfrentado en las últimas horas y la necesidad de buscar una culpable que devuelva la sensación de que es posible manejar las situaciones de enfermedad.
¿Porqué tanta rabia? ¿Porqué tanta dificultad para ponerse en la piel de la otra persona?
De alguna manera parece el efecto boomerang de lo que estas familias viven cuando son acusadas de no saber cuidar a sus hijos, de ponerles en riesgo, de no saber asumir sus responsabilidades, cuando se les pide que cumplan con obligaciones que se les imponen desde fuera sin tener en cuenta su situación real, los obstáculos que tienen que enfrentar para poder poder dar estos pasos. En definitiva, cuando se irrumpe en su vida con demandas y amenazas que golpean donde más duele, en la posibilidad de seguir juntos como familia, de seguir con sus hijos.
Cuando estas familias entran en nuestro entorno gritando y con ademanes agresivos, nos escandalizamos: "No saben comportarse". Cuando son nuestras instituciones y profesionales los que, aunque sea con mejores modos, las clasifican como "en riesgo", nos cuesta ver la violencia y la agresión a la que se somete a estas familias.
Es una pena que, justamente, el desencuentro y la rabia hayan explotado con aquellos que apoyaron a la familia frente a los intentos de desintegrarla. Ojalá sea posible avanzar hacia una mejor comprensión mutua que ayude a restablecer la alianza en torno a lo que une a estos actores: la busqueda del mejor futuro posible para los niños.
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