Sobre la idiotez de idiotizar a los que creemos "irracionales"
Periódicamente hay dos temas que vuelven cual boomerang a los diferentes
foros de discusión que -más o menos voluntariamente- frecuentamos: la
homeopatía -entendida de forma más o menos amplia- y los niños cuyos
padres no quieren que sean vacunados. La diferencia fundamental entre
ambas discusiones suele ser el hecho de que la no-vacunación puede
convertirse en un problema de salud pública mientras que el uso de
tratamientos no efectivos para una dolencia concreta suele limitarse a
problema de salud individual -al menos hasta que su popularidad no se
dispare hasta límites no deseados-.
La forma de abordar ambos temas sí que guarda bastantes aspectos en
común, en nuestra opinión. El resumen de la base de nuestra postura a
este respecto lo dijimos ya en un texto sobre la iniciativa #NoSinEvidencia:
- La idiotización del usuario nos parece una actitud deontológicamente reprobable y humanamente execrable. Colocarnos en una posición de superioridad moral a través del uso del método científico no nos parece una forma ética ni efectiva de abordar la utilización de terapias pseudocientíficas por parte de la población.
En estos últimos días han vuelto a salir a la luz diversos debates en
torno a los movimientos contrarios a la vacunación o sobre los p/madres
que dudan si vacunar a sus hijxs, a raíz del brote de sarampión que ha
habido en los Estados Unidos de Norteamérica, originado en Disneyland -sí, esto da para película-. Muchos de los debates y noticias al respecto se centran con rapidez en el apelativo de antivacunas,
mientras que nosotros preferimos utilizar el término "p/madres
contrarios a la vacunación por motivos ideológicos"; el porqué de esta
distinción no es aleatorio ni causado por un fetichismo por las frases
largas, sino que se debe a que conocemos una variedad de posturas
relacionadas con la vacunación que hacen dudar a algunas personas acerca
de vacunar a sus hijxs y que rechazan el término de antivacunas porque
no están en contra de las vacunas como concepto y, principalmente,
porque son dudas que se pueden salvar mediante diversas estrategias
diferentes a la de la confrontación anti-pro.
Esta distinción lingüística queda muy bien reflejada en una diapositiva subida a twitter por la cuenta de la John Hopkins University, sacada de un debate sobre el sarampión; hemos traducido la gráfica, como podéis ver a continuación:
Este estudio de Kempe et al muestra
las actitudes, percepciones y creencias de médicos de familia y
pediatras acerca de qué postura toman habitualmente los padres y madres
de sus pacientes en relación a la vacunación infantil y cuál es la
manera más útil de afrontar los disensos y las dudas. En este artículo,
el concepto al que se hace alusión es "padres con dudas en torno a las
vacunas", que probablemente forman un colectivo más numeroso que los que
podrián ser genuinamente denominados como "antivacunas". La visión
bélica, épica y dicotómica del problema nos lleva a pensar que todo
aquel que no sigue el calendario vacunal al dedillo es un antivacunas
irracional (como si el que sigue el calendario vacunal lo hiciera guiado
por la racionalidad más que por el "es lo que se hace"), cuando en
muchas ocasiones, como muestra la gráfica, son planteamientos que se
pueden modificar con información o con explicitación de la conducta
seguida por el médico en su vida habitual.
Existen multitud de guías y protocolos
sobre cómo afrontar una situación de desacuerdo en relación con la
vacunación infantil, pero lo que se suele obviar cuando se plantea este
problema es que no es sino un síntoma de la manera que tenemos los
profesionales sanitarios de relacionarnos con los pacientes que demandan
información o que, incluso, toman decisiones con información distinta
-o incluso con la misma- a la que nosotros manejamos. Las estrategias de
comunicación nombradas en el artículo de Kempe no son diferentes de
algunas estrategias de comunicación de riesgos que deberíamos manejar
habitualmente en la consulta; lo que ocurre es que para manejar esas
estrategias hacen falta conocimientos (los efectos adversos de las
vacunas suele ser algo de lo que pocos médicos sabemos cuando nos
preguntan en una consulta, más allá del falso "nada, no se preocupe"),
aptitudes de comunicación (que incluso den lugar a que no haya un
acuerdo y eso no se viva como una ofensa personal) y nivel ético para
reconocer hasta dónde sabemos (y así comunicarlo tanto a los pacientes
como a nosotros mismos).
Nosotros pensamos que ojalá el 100% de los niños estuvieran vacunados con dos dosis frente al sarampión, pero no pensamos que llamar idiotas a los padres y madres que tienen dudas acerca de la vacunación sea correcto -deontológica ni científicamente- ni efectivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario