"Actualmente, en los establecimientos para niños en Francia, encontramos con frecuencia esa pareja paradójica conformada por un educador y un analista. El educador, que pasa el día batallando con los niños, que trabaja, juega, discute, se compromete de los pies a la cabeza, permanece no obstante completamente inhibido por el hecho de estar bajo la tutela imaginaria de un psicoanalista —que, a su vez, permanece herméticamente encerrado en su consultorio. Este último ve a los niños, como mucho, media hora a la semana y sin embargo se adjudica el derecho de intervenir en el grupo de educadores diciendo cosas del tipo: «Atención, está obstaculizando la transferencia, es mejor que no se meta a dar opiniones en esas problemáticas subjetivas». Es tan eficaz que a veces no precisa abrir la boca, ya que los educadores, las familias y todas las personas implicadas en esa realidad social están totalmente inhibidas ante la angustia y el terror que la simple presencia del psicoanalista les provoca, a causa de su presunto saber. Apartir de ese lugar mítico encarnado por el psicoanalista, se instaura toda una jerarquía de saber y de poder, una especie de pirámide de modelización. Y es obvio que no preciso insistir en revelar que se trata de la misma pirámide que existe bajo otras formas en el conjunto del campo social.
Lo importante no es que los psicoanalistas hagan una ruptura con su concepción de práctica. Se trata más bien de romper con la imagen de neutralidad en su concepción de la relación con el otro porque, en realidad, el otro es alguien que les trae algo que pertenece a una cierta problemática contextualizada."
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