Un regalo de inteligencia, una provocación a la reflexión de sociólogo y diabético Juan Irigoyen en su interesante blog "Tránsitos instrusos":
DERIVAS DIABÉTICAS
LO INNEGOCIABLE
Cada enfermo diabético vive
su enfermedad en el contexto de su red social personal, que, junto al sistema
profesional que lo trata, produce informaciones, comunicaciones e interacciones
que influyen en sus comportamientos y
saber, pero la enfermedad le individualiza inevitablemente, de modo que termina
generando pensamientos y reflexiones que cristalizan en un esquema referencial,
mediante el que valora las sucesivas situaciones por las que atraviesa en la
carrera interminable de la enfermedad, decide respecto a sus prácticas
cotidianas y construye un pronóstico sobre el futuro. La actividad relacionada
con el esquema referencial no sólo es personal, sino que es relativamente opaca
u oculta a los profesionales que lo tratan y a las personas de su red personal.
El curso de la enfermedad
requiere de restricciones cotidianas permanentes, que son difíciles de asumir.
En estas condiciones el enfermo tiende a definir un área de su vida que es consciente
y relativamente liberada de las restricciones, conformando así una “reserva de
vida”, que es, bien innegociable, o difícilmente negociable, tanto con su red
personal como con el sistema profesional. Se trata de unos mínimos de prácticas
gratificantes de vida, que se conserva aún a pesar de los peligros que
conlleva. Así se constituye una contabilidad de la vida, cuyos contenidos son
los cálculos sobre las gratificaciones y los riesgos. Este es el espacio
reservado difícil de negociar, que varía en cuanto a su racionalización y en
cuanto a su exteriorización.
Cuando debuté como diabético
dependiente de la insulina, desempeñaba una actividad profesional docente muy
intensa. Participaba como profesor en másters y distintos cursos de postgrado,
cuyos alumnos eran tanto profesionales sanitarios como integrantes de los
primeros regimientos de gerentes que desembarcaban en el sistema sanitario blanqueados
con el camuflaje profesional. Las actividades se desarrollaban en sesiones de
cinco horas, generalmente por la mañana, de nueve a dos. Estas sesiones las
compatibilizaba con mi docencia en la facultad de sociología y otras
actividades que, en algunos meses, desestabilizaban mis horarios, perjudicando
el buen control de la diabetes.
Tanto las sesiones con
profesionales sanitarios como en las clases de la facultad, que impartía a
primera hora de la mañana, me planteaban un problema. Si estaba en ayunas con una
glucemia inferior a 140, me encontraba con muy poca energía, incluso en alguna
ocasión cercano a la hipoglucemia. En este estado era imposible cumplir con los
requerimientos de una sesión de cinco horas. Cuando consulté a un endocrino
reputado, me recomendó que me jubilara. Con dos médicos más tuve la misma
experiencia, y también con alguna enfermera. Me trataron con cierto desdén. Para
ellos mi vida se agotaba en la enfermedad, que se sobreponía a todo lo demás.
No había nada que pensar ni ajustar, todo se encuentra subordinado al dios del
estándar de la hemoglobina glucosilada. Se sobreentiende que el control de la
enfermedad desplaza todas las esferas de la vida y conforma los sentidos de la
misma.
Mi decisión fue justamente la
contraria. Yo, Juan Irigoyen, mayor de edad, enfermo diabético, que no me sé el
número de historia ni me lo quiero aprender, decidí que iba a crear una de esas
reservas de vida innegociables. Esta era mi voluntad, realizar mi vida
profesional subordinando el control de la diabetes a la misma. Esta decisión conlleva
contrapartidas, como son los posibles efectos negativos en el medio y largo
plazo. Pero a favor está mi identidad diabética,
que aspira a compatibilizar ambas cosas, rechazando una vida vacía y dependiente, cuya recompensa
era superar el promedio de la esperanza de vida, sin haber hecho nada gratificante
en los últimos años, más que ser un ser relativamente vivo, centrado en la
administración diaria de mis glucemias y mis tiempos, siendo recompensado
mediante algún premio simbólico a la obediencia, en actos en los que pueden llegar
a concerderte una medalla o llevarte de excursión. No, eso no. No quiero que mi
vida sea eso.